Estaba Simón Dor preparando su cena modesta, en el ambiente se escuchaban cohetes. Pensó que podrían ser motivos de alguna celebración paganas, pero ¿qué no era pagano para Simón Dor? Se dejó influir por los pensamientos que le venían a la mente, sin ningún destino trazado, sencillos y aleatorios.

Se asomó por la ventana de la cocina, sin ningún interés en particular y observó los fuegos artificiales blasfemos extenderse en el aire, hizo una mueca de disgusto y salió de la cocina llevando su cena organizada en las manos. En el plato se podía ver que lo verde iba con lo verde, lo amarillo con lo amarillo y las carnes frías con las carnes frías. A Simón Dor no le gustaba el caos en la comida, pues podía traspasarse al cuerpo. Una pequeña obsesión inconsciente que el había adquirido durante años.

Sin prisa, acomodó los cubiertos y una servilletita, arrastró la silla con calma y se sentó a cenar. Una luz tenue iluminaba su gesto al masticar. No había agrado o disgusto alguno, parecía como un animal rumiante masticando y tragando la pastura que no cesa de crecer. Se sirvió un vaso de refresco que había comprado hace dos semanas, el vaso lo sirvió hasta la mitad y bebió un poco.

Después de terminar la cena, entrecerró sus brazos y asintió, se abrieron sus ojos en tono de sorpresa y exclamó-: El día en que me muera, será un algún evento de caos, nada preparado por nadie. No suicidio que parezca accidente, no orillar a nadie que me mate. Evento de caos.

Acabó su refresco, apagó la luz y así terminó Simón Dor su día.