Mi nombre es Yasmín, mejor conocida como la Tía Yemita, mucho gusto. ¿Usted quién es? ¿Josué dice? Ya veo, ya veo. ¿En qué le puede ayudar esta humilde adivina, señor Josué? Le escucho atenta y siempre gustosa de servirle. Su voz se me hace familiar y algunos ademanes también. No pregunte como lo sé, los ciegos vemos mucho más de lo que aparentamos. Sobre todo, aquellos que han vivido tanto como yo. Muchos de nosotros dependemos del olfato —y usted, apesta a nicotina—, otros tantos dependemos del habla —y su voz, guarda un rencor milenario—, el tacto y el gusto, sólo me ayudan a elegir los ingredientes para las pócimas que se dicen son de los antiguos. Pero yo poseo otro sentido, como ya habrá adivinado señor Josué, otro sentido que me es tan fino y me deja mirar todo, como un aura que extiende finos cabellos a través de la realidad. Es el sentido del Alma.

Y ese sentido me dice, que usted no vino a preguntarme acerca de su futuro. Tiene otra pregunta enterrada en su corazón… ¿será por aquel cuaderno que está apretando entre sus manos? ¿es legado de un familiar, señor Josué? No me tenga miedo, aunque es lo que menos tiene… usted también está acostumbrado a andar entre los infiernos, que aunque son diferentes a los de aquel hombre que conocí hace muchísimo tiempo, tienen el mismo propósito. Buscar la inmortalidad o la muerte, lo que venga primero. Y usted apesta igual que él, y usted se mueve igual que él, tal vez tenga distinta mirada, pero es como si los vestigios del alma hubieran atravesado la suya para insertar una semilla.

Es un placer conocerle, bisnieto de Simón Dor. Si quiere un consejo, debería quemar ese libro que el viejo escribió, está maldito. No es una maldición mágica, ni alguna maldición demoniaca. No. Es la maldición de la estirpe… usted ha sido elegido y condenado para seguir el mismo camino que siguió aquel señor Dor. La historia se repite por ciclos. ¡Y por supuesto que yo lo sé bien! ¡Si mi historia es eterna! ¿No le han dicho, señor Josué? ¿No lo ha leído en ese diario que escribió Simón? Por supuesto que no lo ha leído. Tiene miedo de saber, se le nota en el temblor que no es por la baja de presión. ¡Tiene tanto miedo de descubrir que su historia es la de su bisabuelo! Quisiera poder ayudarlo, señor Josué, pero me es imposible: Yo sólo sé una parte de la historia y esa es la mía. Yo sé lo que viví en ese barco durante las noches que me correspondieron. Los fragmentos que yo tengo, no son los suficientes para decirle cual fue el final de su bisabuelo, pero si sé que son similares. Se mueven igual y después de todo, apestan como uno sólo.

Regáleme uno de sus cigarros. No me preste encendedor, ni cerillos… mis dedos harán el trabajo.

¿Qué le decía? Es cierto, le decía que usted tiene miedo. Usted si le tiene miedo a muchas cosas… Simón le tenía miedo a una sola, un miedo verdadero y único. Supongo que usted también llegará a ese punto. Inevitablemente, podría recorrer el mismo camino que su bisabuelo. ¿Está aquí para que le diga cómo evitarlo? No podría, mi señor Josué, de veras que no podría… porque le he dicho que solo conozco la parte que me concierne.

Conocí a Simón mucho tiempo atrás, cuando éste era un adolescente. Quería ser un escritor y tenía un poder único: podía lograr que las historias fuesen reales. Lograba escribirlas de tal modo, que el universo tenía que hacer un espacio dentro de su línea temporal para dar cabida a lo que era escrito por él. El pobre de Simón… fue blanco de muchos demonios y también de ángeles, los cuervos de la muerte le perseguían constantemente. Aunque él era un joven muy distraído y de alguna manera, era protegido por la buena suerte. Jamás vivió la maldad del destino cerca.

Fue cuando escribió la historia de su primer amor y éste se hizo real. No se ría, señor Josué, porque ese evento fue el que lo trajo aquí conmigo, en éste espacio y en éste tiempo. Se hizo real porque existió en sí, no porque él lo haya escrito. El amor que lo ha traído hasta aquí, señor Josué, era el de una jovencita llamada Beatriz. Simón y Beatriz sostuvieron una relación un tanto breve, así de pequeñita como mi pulgar derecho. Ella murió, porque así estaba escrito en el libro de la Muerte. No piense lo que todos los pobres románticos e ilusos piensan: “Dios, Satán, los ángeles, los demonios y los cuervos se confabularon para quitarme lo único que me quedaba”. Eso es lo que piensan y se la pasan llorando noches amargas, mirando la luna durante eternas discusiones introspectivas. No señor, no fue así.

Al único al que le hicieron la apuesta fue a Job y es un juego que no se volverá a repetir. Aunque su bisabuelo en un principio se portó como un perfecto romántico, no le duró mucho el gusto. Simón Dor rechazó la magia.

Su bisabuelo perdió el don del Inventor. Porque perdió lo único que no había podido inventar, lo único que escribió basándose en la realidad. Era mediocre el muchachito, pero escribía bonito, me caía bien. ¿Cómo lo conocí? Muy sencillo, lo conocí cuando el era joven. Simón Dor se enteró de mi existencia, de la Sanadora de Almas que sabía como morirían las personas, así como usted lo sabe mi señor Josué… lo que usted no sabe y él sabía desde jovencito es ésto: las Sanadoras de Almas podemos recuperar las almas que giran en torno al Pozo Infinito de la Muerte.

Vino a preguntarme, muy sereno, si le podría hacer el favor.
¿Qué favor? pregunté inocente, aunque ya lo sabía.
Si podría recuperarle a Beatriz, dijo él, sin dejar de fumar y cruzando la rodilla. Serenidad y odio.
Yo naturalmente, le respondí que no.
Él agarró su presencia y se fue.

Nunca perdía la compostura el hombre, ni aún llorando. Si lloraba, lo hacía en silencio, cargando la enorme presencia que le habían enseñado sus años duros. ¿Sabe cómo solucionó lo de Beatriz? Escribió a su fantasma, a la imagen y semejanza de ella. Corrompió la magia, usándola para su propio beneficio, hasta que el hombre perdió la cordura o recuperó la sanidad mental. Hizo un viaje en el mar maldito de Yunén, el mar que es el puente entre la tierra de Nod y al río del Aqueronte. El mar de los muertos y los vicios.

¿Qué pasó después? A mi no me mire, yo no puedo resolverle esas cuestiones, no tengo el tiempo. Está pronto el fin de éste ciclo mío y el inicio de mi ciclo nuevo. Su bisabuelo debió haber escrito de ello en su diario, si no lo entiende… atrévase a leerlo, aunque yo le recomiendo que lo queme y de final a la estirpe del cuenta-cuentos. Rompa el patrón, deshágase de todo vestigio de Simón Dor, hágame caso, mi querido Josué. ¿Le importa que le llame querido? ¡Siento que le quiero igual que a ese viejo anciano!

Simón Dor y yo, nos volvimos a ver pocas veces. Hasta que me arrastró al mar de Yunén con él o más bien, yo decidí seguirle. Un juego peligroso decidí jugar, mi querido señor Josué. Es de sabios aprender una cosa: Con los hombres que desean la muerte o la inmortalidad para después llegar a la eternidad y así prolongar el sufrimiento, no se juega. Pero era mi única oportunidad, querido Josué, de llegar al pasillo de la Muerte y pedir yo, mis propias respuestas. Fui un poco egoísta al decidir que le diría al viejo como alcanzar la inmortalidad.

Me dio remordimiento y le mentí a Simón: le dije que debería contar todas las almas que había robado antes de tomar una decisión. ¿Sabe por qué lo hice así, mi querido Josué? Había algo de verdad en ello. Evaluando mi vida podría yo decidir si hacerle daño a alguien tan querido como él, al decirle como ser inmortal para sufrir eternamente. ¿Qué me pregunta? ¿Qué si le dije? Mi querido Josué, la respuesta está en el diario al que tiene miedo de leer.

Al final, yo me salí con la mía y por supuesto, he pagado por ello. Pero esa es mi historia y difiere de la de Simón.

Y también sé que a usted, no lo quiero tanto, mi querido Josué. Le he escuchado como le cambió la respiración cuando le mencioné de inmortales y no será difícil decirle. Ya tomó una decisión: Quiere seguir la estirpe del cuenta-cuentos y si es inmortal, mejor. Ha hecho bien, ha hecho bien… ahora abra su mente y escuche estas palabras que voy a decirle, siga al pié de la letra todas mis instrucciones y recuerde, el dolor que sienta durante el primer día de su inmortalidad, se deberá a que su alma quiere abandonar el cuerpo. Usted tiene temple, Josué, podrá soportarlo.

Repito e insisto, escuche bien lo que le voy a decir: Mañana a primera hora…