En cierta ocasión, estaba escuchando acerca del dos de octubre, entre un argentino y un mexicano. Ambos compañeros de trabajo. Yo, no quise hablar del tema porque no lo viví en carne propia, aunque si tuve una abuela que vivió su parte de la experiencia junto con sus hijos y sobre todo, sus clientas de AVÓN. Sobre advertencia: Pueden leer, si así lo prefieren, lo que yo puedo ofrecerles. No pienso hacer un monólogo del abuso autoritario de los políticos, de como han escondido los archivos durante años para no tener culpables y de como se ha ido deformando el recuerdo del evento en las nuevas generaciones.

Eso es algo, que está destinado a suceder. Y no se resolverá con palabras.

Lo más curioso, es que de las anteriores referencias que piden que no se olvide el dos de octubre… ninguna es del distrito federal. No sé si es un dato que se debe tomar en cuenta. Y yo, de por sí, no tengo familiares que lo hayan vivido con una buena conciencia, más que la de mi abuela y mi abuela estaba demasiado ocupada con sus seis hijos para saber porque las matanzas.

Una liga a una crónica del movimiento, gracias a Don Arturo.

Milenio

No pienso dar más ligas a periódicos, ni a revistas, porque bueno… ya estuvimos bombardeados de ello como mexicanos y otros blogs pueden, o no, ofrecer este recurso.

Estaba yo sentado, escuchando al mexicano y al argentino. El argentino en sí, lleva en su sangre a Italia y Rusia, por lo mismo se prende fácilmente en una discusión, sobre todo con los mexicanos que a todo le damos vueltas, que a todo tenemos una respuesta, que a todo le damos una doble intención. Y como buenos mexicanos, también, sabemos a medias como los argentinos han sufrido a través de los años, una que otra dictadura, uno que otro régimen. Qué se yo, después de todo, también soy mexicano.

Y soy joven. Como joven, muchas veces me pregunto, donde me podré informar con veracidad acerca de lo que sucedió. Claro, he visto documentales, muchos, he leído también reportajes, inclusive en la preparatoria nos pusieron un video que duró alrededor de una hora y me di cuenta, que ese video poseía cierta información un poquito más completa que los que estaba acostumbrado a ver. Uno se pregunta: “¿cómo demonios pudo haber sucedido?”. Y aún así, no hay respuestas, están escondidas en la memoria de alguien, en la memoria de todos, no en la mirada de los muertos a los cuales les cayeron por sorpresa. No, el cabrón(es) responsable(s) debe(n) estar vivo(s). Y si no es así, no importa… la gente es idiota por naturaleza, algún rastro han de haber dejado.

El problema es que no sé que sucedió exactamente, tan sólo me dejo llevar por el llanto de las mamás de los desaparecidos, por los zapatos encendidos, por las batas blancas de los jóvenes de medicina que marcharon en Tlatelolco, por el rostro rígido de Diaz Ordaz, por el GDO que transformaron en DOG. Y aún así, estoy buscando fervientemente a alguien a quien culpar, necesito saber las verdaderas circunstancias que empujaron a esa matanza.

¿Me comprenden? Necesito saber qué sucedió, no leer el libro de algún reportero que esté aspirando algo, no ver el documental de televisa-azteca-once o veintidós. Porque entre más pasa el tiempo, más se deforma la historia. Si no, pregúntenle al borracho que se cayó con la bandera y ahora llaman niño héroe.

El mexicano (un residente en la unidad de Tlatelolco, que está casi a lado de la Plaza de las Tres Culturas), escuchó pacientemente al argentino decir como a Argentina no le importaba morir por su país, que no importaba el número de muertos, que todos luchaban en común por su identidad nacional. El mexicano escuchó decir al argentino como él de joven despertaba a las tres de la mañana por haber escuchado un disparo y su madre se preocupaba de que él, su hermano, o su padre no regresaran a la hora acostumbrada. Entonces el argentino habló de las bondades de nuestro país, de que se soprendía que todo se desperdiciara en México, habiendo tanto que dar, habló de que los mexicanos debieran alzarse de nuevo, que ¡qué poco había bastado —nomás un ’68— para callarlo!.

—Es que la gente tiene miedo —dijo el mexicano—. La gente tiene miedo.

Yo entendí. Pensé en los grilleros de la UNAM, qué fácil se les hace cerrar facultades y gritar por el ’68. ¿Cuándo han tenido ellos que tirarse al suelo por los disparos? ¿Cuándo han rezado el padre nuestro, mientras algún guante blanco apuntaba directo a su sien? ¿Cuándo han gritado ellos, buscando a su hermano o su hermana? ¿Cuándo, cuándo, cuándo?

Se ha deformado el dos de octubre y se ha convertido en un fenómeno publicitario. En una herramienta política. La fecha está al alcance de todos para hacerse notar. Sobre todo un puñado de jóvenes universitarios como los de hoy, que buscan una identidad en este mundo.

¿Cuándo se sabrá la verdad? ¿Cuándo los dejaremos descansar? ¿Cuándo habrá una justa retribución de todo lo sucedido? ¿Cuándo volverá estar seguro un estudiante que quiera iniciar un movimiento, por el bien de su país? No lo sé. La verdad, solo la tengo a medias.

Existe la verdad de mi abuela, que me comentaba como el hijo de la señora X estuvo involucrado con los meros meros que movieron al grupo estudiantil. Que lo metieron a una cárcel, que lo torturaron, que el tipo tuvo que escapar a provincia, que en provincia lo agarraron, lo torturaron un poco más y cuando regresó a su casa, la madre no lo reconoció. El tipo estaba ya loco, acabó siendo un delincuente y ya después…

(Mi abuela lo contaba con una calma…)

después… lo mataron en un tiroteo.

(con una calma…)

Algo así le pasó…