Cuando desperté, era un oso de felpa. Y yo, el mismísimo Simón Dor de Andalucía, de Taxco, de Montevideo y nunca de Paris —porque nunca iré a ver la Mona Lisa— fui a verme a mi mismo. El espejo en el espejo. Oso de felpa-yo, me miraba atentamente, a mi mismo, fumando un cigarrillo y tratando de desentrañar mi propia mirada. Abrí mi hocico triste, mientras me observaba. Y cerré mi boca furioso —mi yo humano— cuando abrí mi hocico triste. No podía permitir que mi yo-Oso de felpa hiciera ese tipo de gestos contra mi propia persona. Naturalmente, no estuve de acuerdo con aquel yo-anciano y le miré con ojos de compasión, tratando de apelar a sus más puros sentimientos. ¿Y él me hizo caso? Claro que no. No me gustaba que me mirara así, ¿qué tiene que hacer un juguete, reprochándome de mi vida? ¿Acaso no tiene suficiente con ser tierno y jugar? Endurecí mi mirada. Endurecí mi mirada con ternura y le enfrenté, vamos ¿qué piensas hacer ahora contra un pequeño indefenso como yo? Debieras preguntar lo que no haré contigo, cabrón desgraciado… un sacrificio vestal se quedará corto en comparación a lo que estoy a punto de hacerte. Lo que voy a hacer, es que voy a tronar mis dedos y entonces comprenderás.


Cuando desperté, era un viejito de felpa. Y yo, el mismísimo Oso Dor de la Juguetería de Minerva, cocido a mano en China, con relleno de algodón mexicano y nunca de Estados Unidos —porque desprecio a los “teddies” presuntuosos y presumidos de allá— fui a verme a mi mismo. El espejo en el espejo. Viejito de felpa-yo, me miraba atentamente, a mi mismo, fumando un cigarrillo y tratando de desentrañar lo que miraba en el botón de mi ojo. Abrí mis labios triste, mientras me observaba. Y cerré mi hocico furioso —mi yo oso— cuando abrí mi boca triste. No podía permitir que mi yo-Viejito de felpa hiciera ese tipo de gesticulaciones ridículas. Obviamente, no estaba en concordancia con aquel yo-oso y le miré piadoso, arremetiendo contra su fría prisión de indiferencia. ¿Qué si funcionó? ¡Por supuesto que no! No me agradaba en lo más mínimo su mirada, ¿qué tiene que hacer un juguete, reprochándome de mi vida? ¿Acaso no le basta con oxidarse ahí sentado? Entrecerré mis ojos con odio. Con odio entrecerré mis ojos y no quité la vista de encima, andá… ¿pensás qué podrás conmigo? ¡Desde aquí te puedo fulminar con mis puños de algodón! Debieras preguntarte todo lo que puedo hacer contigo, humano impertinente… las libaciones de los antiguos se quedarán pendejas a comparación de lo que yo puedo hacer. Lo que voy a hacer, es que voy a tronar mis dedos y entonces comprenderás.