¿Él lo había pintado? ¡No, indiscutiblemente él pintaba mejor! Y sobre todo… pintaba turbias pasiones en los cuerpos femeninos, los cuáles conocía a la perfección. Se sabía los siete puntos erógenos-karmáticos y sabía torcer la lengua como el colibrí. Se le cayeron los bigotes y dejaron un rostro varonil, pulcramente afeitado; el cabello se acortó lo suficiente para decir que llevaba un casquillo corto a la vieja usanza y con un poco de copete por ahí; los ojos se le hicieron de un verde intenso y las cejas, espesas; los músculos se marcaron de gotitas de sudor seductoras, en una tez que se tornó bronceada; los labios se le engrosaron y hubo otra parte de su cuerpo que crecío un poquito, digamos que unos… ejem, veinticinco centímetros.