Cuando camino y mi mente flota al futuro o a universos paralelos, pienso qué demonios haré a pesar de todo. Muchas de las veces, me veo viviendo en una ciudad distinta a esta: no me gusta el Distrito Federal. Tan lleno de gente, de coches, de ruido. Y al imaginarme así, también me veo extrañándolo. Extrañando los taxistas groseros, que nunca respetan el silencio de tipos como yo. Extrañando las largas colas para todos los transportes colectivos existente. Extrañando a los jóvenes y viejos borrachos, en las colonias cerradas, amenazándose y cayéndose a golpes. Extrañando esta calle, donde pasan por lo menos tres ambulancias al día y alrededor de esta colonia, tan sólo hay siete lavanderías. He optado por nombrarla así: “La colonia de las lavanderas”.

Cuando me imagino –lo que hago cuando camino y sueño– en el amor, por supuesto que pienso en Sol. Me gusta pensar que vamos a lograrlo, que estoy destinado a ella, que de alguna manera así será en cinco o diez o quince años. Pero también imagino, que tal vez no sea así. ¿Qué pasaría si…? ¿Vale la pena pensarlo? Me es inevitable. No son gusanos, ni son temores, ni es algo obsesivo rondando por mi mente. Tan sólo imagino si no fuera y me imagino actuando acorde. En todas las vertientes de ese futuro alterno –donde ella no está– que podría traspasarse a este universo, sé que ella estaría ahí. Siempre. De alguna manera u otra. Aún habiendo una mujer nueva, Sol estaría ahí. Tardaría en sanarla, eso es seguro.

De vez en vez, aún me imagino trabajando en casting. Ya sea montando mi propia castinera o trabajando en otra rama dentro de la publicidad. He aprendido mucho aquí, he afinado mis habilidades comunicativas y he contaminado un poco mis ideas creativas. Todo es un constante crecimiento en este trabajo, me ha asombrado la comparación de hace tres años al hoy. Sé que algún día este trabajo dejará de ser redituable en ese aspecto (y al utilizar redituable, hablo de crecimiento personal… el dinero que hago aquí, a veces me hace pensar que de veras trabajo por “arte”). Puede ser que un día trabaje en letras, lo que en verdad me gusta. No me imagino aún en ese rubro, eso me lo estoy guardando como una sorpresa. Siempre y cuando me permitan poner una palabra tras otra, seré feliz.

En el dinero, no me imagino como un millonario. El dinero en exceso pervierte, no me quiero ver expuesto a ello. No quiero exponer a nadie cercano a mi, no me gustarían hijos mimados en exceso y nietos peleando por una herencia. Aunque sería divertido verlos mientras paseo en una nube, comiendo palomitas sabor azul celeste. Antes pensaba en ganar mucho dinero y hacer felices a los que me rodearan facilitándoles la vida: ser un tipo Jim Carrey, que regala millones de dólares a sus amigos. Debo admitir que me gustaría, sin embargo, ganar bien para tener cositas pequeñitas, como una cámara DVD, una buena cámara digital, pagar mi propio dominio, ooohhh… y consolas de video juegos: no se diga. Tener una máquina poderosa, un doble procesador no caería mal. El geek en mi sangre, le echaré la culpa a los tres tíos que tengo: dos ingenierios en sistemas y el otro, ingeniero en cibernética.

No me imagino teniendo un coche. Jamás. Podría ser que tuviera uno automático (no standard, no manual, neh), de esos que se aprenden a manejar en macrochinga… y eso sólo si viviera en una ciudad tranquila, donde todo está lejos de todo y el tráfico es un monstruo en latencia. No como aquí, que ya es uno bien crecidito. E imagino que este weblog, aunque no sea redituable económicamente, me es valioso por el caudal de ideas, de gente distinta que me presenta. Amigos nuevos, que visitaré cuando cumpla el sueño de viajar para verlos a todos y cada uno de ellos. Para conocer las manos que escriben las otras letras.

A veces me imagino empacando mis cosas y … baygón verde. Adiós. Caminando, siempre caminando. Esta sería la despedida, diría en silencio, recordando rostros, buscando un amanecer entre las nubes grises. Y que jamás se sepa de mi, y el final de todas las historias inconclusas solo aquí (golpecito en la sien), aquí nada más. Que sea maldito mi nombre. Recuérdenlo para mi epitafio si alguna vez encuentran mi cuerpo.