–Vente Mario, acompáñame al banco.
–Está bien Tetris, vamos.

Acto seguido, él se pone su chamarra y yo subo a buscar la mía. Empezaba a lloviznar, así que aproveché para cerrar la ventana. Ya aprendí a cerrarla, por que… ¿saben? Ayer la dejé abierta y cayó un aguacero, cuando me di cuenta, mi cama estaba empapada totalmente. Tuve que quitar sábanas, poner una toalla y aún así, dormí con cobijas medio húmedas. Moraleja: No olviden cerrar su ventanas cuando llueva, a menos que quieran nadar en sueños y despertar agripados.

Salimos al banco y por arte de magia, empezó a caer una lluvia bien cabrona. Gotas se confundían con gotas, más bien, eran como globos de agua. Las quejas de Mario no tardaron en confundirse con el sonido de los disparos húmedos, de los escupitajos divinales y cuanta exageración quieran, en serio la lluvia estaba cabrona. Merde, me dije, lo peor de todo es que tiene razón.

–¿Por qué no te esperaste? ¡Ahora nos vamos a mojar!

–Pus qué, hay que andar bajo la lluvia, mi estimado Mario –Será que me creo Árbol y que de veras, necesito mojarme. No sé, me convenzo de disfrutar las caminatas con los chaparrones, me convenzo de humedecerme. Nos fuimos caminando rapidito al banco, donde deposité la mitad de mi sueldo semanal en mi cuenta de ahorros. Claro… si contamos que le he estado pichicateando estos días y que es inevitable, pero en días de viaje no le meto ni un sólo quinto. No fue mucho lo que recuperé.

–Voy a depositar junto con esto, sesenta centavos… es increíble como los del banco me cobran centavitos por comisión de cualquier ridículo. Es ridículo que en mi saldo, después del punto, hayan 27 centavos de algo. Así que… he de empezar a meterles centavos hasta por las orejas. Hasta que me pongan un apodo. “El 60 centavos”, me dirán.

–El centavitos –me corrije Mario.

Me hice la promesa personal de juntar cada uno de los centavos que me encuentre, o que me den, o que se aparezcan mágicamente ante mis manos, para meterlos a mi cuenta de ahorros cada semana. El banco sabrá de mi, oh si, el hombre que hizo su fortuna a través de centavitos (uno de los cuentos de Jaramillo). Mientras llenaba formas de depósito y hacía cola, la lluvia cabrona se triplicó para convertirse en una hija de la chingada.

–Me puedes decir lo que quieras –me dijo Mario al finalizar todo el desmadrito y la mirada despectiva de la cajera al darle mis 60 centavos–, pero yo no salgo con esta lluvia. Es más, me voy a esperar aquí… –sonríe, medio rie–, está bien, mejor afuera –Salimos para ser protegidos de la lluvia por la estructura–. En esta situación, bien podríamos tomar un taxi.

–Es justo lo que yo estaba pensando –respondí, pero en mi mente se movieron unas bisagras que dijeron: “¡AHORRA CABRÓN! ¡Ahorra!”–. Mientras tanto, podemos fumar un cigarro. Regálame uno que olvidé los míos.

En ese momento, un Taxi se paraba en el BITAL, perdón… ashebeche. Un joven se bajó corriendo. Mario y yo, nos miramos, medio acordamos y caminamos corriendo hacia el TAXI. Nos negó con la mirada–: “Lo siento joven, ando esperando al que se bajó”.

Pus ta weno, empezamos a caminar estratégicamente bajo la lluvia. Pegados a las estructuras cuyas salientes resguardaban, recorrimos un Cyber-Café, una lavandería (de las diecimuchomil que hay por aquí), una tienda de regalos y finalmente, un Seven Ele7en (el cual era muy malo para resguardar de la lluvia). Ahí nos esperamos unos instantes, el siguiente paso era una copiadora y después un salón de fiestas. Sin embargo para llegar ahí, debíamos cruzar una calle sin protección alguna. Fumamos tranquilamente y platicamos naderías, como solemos hacer Mario y yo, en lo que nos decidíamos a hacer el siguiente paso.

En lo que nos distraíamos, pasó una universitaria, con chamarra de mezclilla y pantalones pegaditos, negros. Como Mario y yo, somos la cúspide de la guarrería, nos miramos y de mi ronco pecho salió, débilemente, un–: Oye… no te mojes, ¡mejor yo te mojo!

Mario se echó a reír y miramos como se alejaba el movimiento de aquellos pantalones pegados. Yo ya estaba resignado a esperar que escampara la lluvia, pero Mario… Mario me la ganó, con tal de seguir a miss “moviendo mi culito bajo la lluvia”, se echó a correr tras ella y borrego T-T, echó a correr tras él. La seguimos, lo más apegado a la sequedad posible (el chiste es que ella se humedeciera puej’) y no fue hasta que ella cambió de calle que nos dimos cuenta de lo mucho que habíamos caminado.

Ahí nos quedamos, bajo la protección de una casa, esperando–: Al fin que ya no están pasando viejas –me dijo Mario. Le asentí. La lluvia dejó de caer en unos cuantos minutos y pensaba una moraleja para esta historia–: Si, nosotros hombres seguiremos el trasero de las mujeres tan divinas, en lluvia, truenos y relampagueos. Más poéticos: hasta en mil infiernos.

P.D. Van a ganar los Pumas.