Ayer no pude dormir hasta las cinco de la mañana… so, estuve aquí con una taza de café, vaciando un post completísimo acerca de mi estado anímico actual. Estuve, dos, tres horas escribiéndolo, arreglándolo, buscando decirlo todo con palabras claras y concisas, haciendo mis debidas referencias a los maestros literatos y blogueros, hurgando y confesando recuerdos de mi niñez que a estas alturas del partido, ya son más que fragmentos, memorias incompletas que se presentan como fotografías instantáneas. Ayer me estaba quedando un bonito post, durante mi insomnio, que hablaba de aquello que no me dejaba dormir y que comunicaba, en pocas palabras, mi descaro de mensajear a Duveth a las dos de la mañana para decirle cuán triste y desesperado estaba por mi situación económica.

Me quejé de la humanidad en un post que se titulaba zángano.

Y entonces, salí por más café… y encontré en el fregadero una cucaracha. Me quedé inmóvil, mirándo a una cucaracha enorme de unos siete u ocho centímetros de largo. Tenía unas patas gruesas, que los microfotógrafos juzgarían como hermosas. Aquí hay una encrucijada temporal muy curiosa, ayer… después de la cucaracha, regresé a borrar cinco párrafos del post y titulé uno nuevo: Cucaracha. Gracias al animalejo que se encontraba en el fregadero y después de lo que sucedió, me sentí como japonés escribiendo un diario de cabecera: Mis sentimientos cambiaron al ver a una cucaracha. So, escribí ese nuevo post… donde confesaba mi pánico por todos los bicharajos en general… le temo a las cucarachas, a las arañas, a las abejas, a los moscos que zumban demasiado fuerte y escribí esa explicación del temor… y en otros dos párrafos volví a quejarme en contra de la humanidad.

Entonces mi pie jaló demasiado el regulador y el post se perdió. Me quedé todavía, a las cinco de la mañana, mirando la ventana de un nuevo post… pensaba recuperarlo, palabra por palabra, hasta que sentí que el cansancio y el estrés me mandaron a dormir.

Desperté pensando que eso sucedió por alguna razón. Me quejé de la humanidad durante cinco párrafos y decidí borrarlo tan sólo por una cucaracha. Escribí mi pánico por los insectos y un poco mi desesperación, y entonces mi pie apagó el regulador.

Esas no son coincidencias. Estoy aquí… preguntándome, ¿qué es lo que debo aprender? ¿cuál de las personas que se esconden en mi interior, esta mandando el mensaje? Recuerdo que ayer, después de aceptar mi pánico, agradecí por haberme encontrado a la cucaracha y hoy, estoy aquí, pensando… que no sólo es ese “algo” lo que debo buscar, también hay un “alguien”. O bien, es alguna evasión psicológica, será mi inconsciente… será algún mecanismo de defensa… será, será.

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Si fuera un personaje secundario de equis novela escrita por Clive Barker, mis sueños de muerte involucrarían uno que otro bicho. Recuerdo que a mis tres o cuatro años de edad, me levanté en la noche para ir al baño y después de hacer lo propio, me encontré con tres o cuatro bichitos… estaban pequeños, pero me asustaron sus movimientos rápidos, repentinos, sin patrón alguno y eran demasiados, no podía mantener la vista fija en uno… so, me quedé inmóvil y me quedé sin voz.

Miraba la ventana, esperando que en algún momento apareciera la luz de día y recuerdo que estaba llorando, sin hacer ruidos, ni movimientos. No quería ponerme histérico, no quería poner a mis carceleros histéricos… nadie sabe que puede pasar cuando un niño de cuatro años, y una bola de insectos, pierden los estribos. Entonces llegó mi abuela (ayer escribí que había sido mi madre… pero no, fue mi abuela… y resolví su rostro en ese recuerdo difuso por simple lógica: ella dormía poco y se despertaba fácil, con cualquier movimiento o ruido). Abrió la puerta y me preguntó si algo estaba pasando. Le señalé a los insectos, a la araña colgando del techo que tejía y destejía su telaraña.

Ella marcó lo evidente, que yo era un millón de millones de millones de veces más grande que cualquiera de ellos y que seguro, ellos estaban más espantados de mi, que yo de ellos. Me sentí ridículo. Tomó la escoba y los aplastó, uno por uno. Después me mandó a dormir.

Así explico ese miedo irracional que le tengo a los insectos. Tan sólo los mato por instinto, si estan a cinco centímetros de mi pie y a dos segundos de su muerte. Si tengo tiempo para pensarlo, entonces me paralizo. Puede que alguien esté en ese momento conmigo y si esa persona no les tiene miedo, intentaré matarlo.

Una de las cosas que pasa por mi mente cuando estoy en esa situación es que me he vuelto un billón de billones de billones de veces más grande que el insecto y que no debiera sentirme ridículo… pero por eso el miedo, es miedo… porque es irracional. Es inútil racionalizar durante el miedo.