El sueño se habrá quebrado a las 4 ó 5 de la mañana, donde abrí los ojos y me descubrí, mirando en el pequeño espacio vertical entre las persianas y la ventana, más allá la luna. Sentí como si lo hubieran violado, al sueño, y a mi, de paso. Los cinco, veinte o sesenta minutos que dormí, se sintieron al principio, como cuatrocientos ochenta y después su calidad redujo a la mitad: doscientos cuarenta. (La calidad irá degradando, conforme pasen los minutos). Después cerré los ojos, aprovechando que mi cuerpo se sentía flojo, dispuesto a dormitar de nuevo. Fue inútil, no pude conciliar el sueño. The snake is long, seven miles. Ride the snake. He’s old. y ya.

Prendí un rato la lámpara y terminé de leer los cuentos de Onetti. A medida que el tipo envejecía, se hacía más flojo, se hacía más alcohólico, se volvía más él, escribía más cómo él. ¿Es ese mi destino? ¿Dormir menos conforme vaya transcurriendo el tiempo? ¿Escribir en un estado de inconsciencia, donde tengo que mirar dos o tres veces la correcta forma de la palabra? Mierda, que arrecho. Eso tiene un perfecto sentido, ahorita, en mi estado. 6.47 de la mañana. En el espacio vertical entre las persianas y la ventana, miré como la luna se perdía entre nubes de amaneceres. Cuando bajé a escribir, ya era de día.

Puse el reproductor de mp3′s y empezó “A gustito con la vida”. No estuve de humor, un shuffle y un fast forward: “The End”. Magnífico.

Los cuentos de Onetti se volvieron breves con los años, incluso en los títulos. De hacer poesía con la prosa, se volvió más ambiguo, más fotográfico. Empezó a grabar momentos (cuando uno es léctor de Onetti, cuando ya no importa, esos momentos se vuelven todos los cuentos que no escribió [Uno {Ese uno, siendo yo} tiende a perdonarlo, ¿y por qué no? Odiarlo. Después de todo, uno de los pilares de Santa María es el odio]), en vez de personajes e historias y recuerdos y melancolía y amargura. Claro, digo todo esto porque no he dormido, si doy esta impresión en una clase, a mi nivel actual, me aventarían el libro, directo a la cabeza, en el espacio que hay entre los ojos, y me dirían: ¡Qué no! ¡Carajo, no has aprendido nada cabrón? (Bue, no todos, algunos profesores son condescencientes).

Condescendiente. A la chingada con Placebo.

Los molletes con tocino y con chorizo, son una combinación mortal para el estómago, a eso agregue coca cola y café y tendrá una experiencia sin igual en su vida.