Mi nombre es Bob.

Y soy un cacto.

Tsef Thaed se ha ido por allá… fue a juntar su ropa para la prueba de vestuario (una camisa tipo polo, unos jeans, un pantalón de vestir, dos camisas de manga larga, dos playeras) y yo estoy aquí, una vez más, escribiendo. Es uno de esos días fríos e incómodos. ¿Qué le pasó al sol que hubo hacía unos días? Tsef Thaed acostumbra a escribir de su pasado… yo debiera hacer lo mismo, es lo pertinente para días nublados como estos, en una ciudad que tan sólo conoce los desiertos de concreto y los oasis de gente. De repente un día llegué aquí, me instalé y empecé a hacer mi voluntad, lo cual agradó a muchos y molestó a tantos. A la fecha sigue siendo así, donde mi cuidador me ofrece la oportunidad de expresarme sin censurarme.

No toda la vida fui un cacto. Antes de volverme verde y tener espinas, fui algo. Supongo que fui un ser humano. Hace poco recordé que tenía un jaguar (coche) en una bodega y que tengo una cuenta con muchísimo dinero, apuesto que robado y no sé de donde. También se que me gustan las rubias porque me recuerdan a alguien en especial. No sé a quien, pero el cabello amarillo y largo me provoca una reacción clorofílica difícil de explicar, más allá de la lujuria (aunque hay días soleados que estoy convencido que no es otra cosa). El karma, de igual manera, me está obligando a buscar a alguien… no sé quien exactamente, pero alguien que me convirtió en lo que soy: un cacto.

Los días nublados me recuerdan una habitación de madera y un fonógrafo, tocando una pieza clásica. Me recuerdan a la noche y al brillo de las gotas de rocío con las lámparas. Los días nublados me recuerdan el calor que viene con una copa de brandy, el olor desagradable de un puro y un vestido blanco, ceñido. Los días nublados me recuerdan un ruido ensordecedor y el olor a carne quemada, combinado con pólvora. Y me recuerdan a mi mismo, sentado en un escritorio, observándolo todo con ojos que no sabía utilizar… una bolsa de plástico, una voz–: Todo lo que sea de él, deshazte de todo. Y un hombre, bigotón y borracho de cerveza, después, vendiéndome en un tianguis por diez pesos.

Bueno…

La verdad, no soy de los que vive en el pasado.

Y antes que recordar cualquier cosa, tengo el sacro deber de madrearme a unos pinches cuervos…