Ayer escuchaba a un grupo de personas, mujeres todas, discutir acerca de un chavo de diecisiete años que esta terminando la preparatoria. El chavo en sí, quisiera estudiar Ingeniería. Su papá desea que estudie Licenciatura en Administración de Empresas. Entonces, el chavo ha decidido que no, que estudiará algo de hoteles. Para un chavo de diecisiete la opinión de su padre aún es importante y si no impone un poco, esa decisión dirigirá gran parte de su vida. Desde la mujer que se case, hasta los niños que eduque, el coche que compre, el enganche de tal departamento, donde se irá de vacaciones. Su vida. De escuchar la opinión y validarla como suya, las decisiones importantes girarán en torno a ella. Sin embargo, si estudia lo que desea por sus tanates, entonces el no haber hecho lo que su padre quería también se convertiría en un factor importante. Es un juego de aprobaciones y desaprobaciones un poco complejo, que durará los años que tenga que durar, incluso hasta morirse o heredárselo a un hijo. Es un ciclo desgastante, un moebius.

También hablaron de gastos, de becas y de colegiaturas.

Yo sólo pensaba que alguna vez estuve en su situación y no me agradó. Mi vida se estaba construyendo a partir de lo que deseaban para mí. Alguna vez, incluso, escuché que si me pagaban tal o aquella universidad, hubiera sido una buena inversión. Cuando lo escuché no pensé que estuviera mal que pensaran en mi como un negocio. Al contrario, incluso pensé que era justo retribuir el dinero que habían gastado en mi educación, así que no hubiera estado tan mal escoger una carrera que pagara bien como sistemas. Gratitud. Me la tomo muy en serio. Afortunadamente, no pasé los dos exámenes del ITAM que hice y no los pasé tan sólo por tres y cinco puntos, respectivamente. Me sentí un idiota… pero no era para mi, al fin y al cabo. En este momento continuaría estudiando mi carrera, preguntándome por qué, mientras que mi deuda kármica y económica hubieran seguido aumentando. No hubiera trabajado en casting y creo que me hubiera amargado para siempre.

Por otra parte, no se me hubiera ido tanto el tiempo. De haber impuesto mi decisión de estudiar literatura o actuación (porque si, me metí a un grupo de teatro durante un año), ya hubiera terminado, ya tendría mi papelito y probablemente, con suerte, estaría trabajando en algo que involucrara lo que me gusta. O bien, estaría trabajando en algo que no me gusta, pero con el respaldo de un título. Que el título es lo de menos en esa etapa de la vida, la experiencia universitaria es lo único que importa. El desmadre, por ejemplo. Afinar tus pensamientos, tus convicciones, tus ideas y también, para confrontarte y aprender. De eso sirve la universidad, de que te des cuenta de la juventud que esta vibrando, que esta pensando y que esta constantemente aprendiendo. Viviendo por aprender. Sufriendo por aprender. La transición de la diversión a la responsabilidad y la búsqueda porque ambas no se lleven mal.

Y me llevó tiempo aprender eso. Abandonar una carrera, trabajar durante seis años en casting para comerciales, un año de teatro y escribir constantemente durante tres años. Y no supe exactamente del proceso de aceptación de mi jefa, o de mis tíos, por estudiar una carrera que te puede matar de hambre. Creo en las opciones: Si todo sale mal, existen los trabajos mediocres, finalmente, y no estoy ni manco, ni tuerto, ni soy un idiota que abandonó la prepa por no saber cuando parar su desmadre, como para no tomar esos trabajos o para rechazar otra experiencia. Dinero habrá de cualquier manera. Sólo sé que terminó mi proceso de decisión, que ya no tengo diecisiete años y que no tengo que complacer a nadie. También sé que mis tíos y mi hermano me molestan gozosamente, como una buena familia, preguntándome si ya estoy escribiendo la gran novela mexicana. Me molesta un poco, no soy tan pretencioso, pero también me relaja: Hago lo que me gusta, le estoy chingando y ya.