El viernes cuando regresaba a casa, caminé por insurgentes y miré pasar un coche a gran velocidad, donde el copiloto se metía cocaína. Más adelante encontré un Seat blanco, también manejando sobre insurgentes, cuya copilota estaba encima del conductor, una copilota gordita, morenita, que me hizo pensar en la belleza clásica mexicana. Me metí a un EXTRA y me atendió una mujer en minifalda y gorra rosita, me enseñó las piernas y me dijo buenas noches, casi se asomó para darme un besito en la nariz, ji ji. Y luego, recordé al tipo del Metrobus, un chavo vestido todo de negro, que se había sentado con los pies afuera, meneándolos como niño, cuando se metió al metrobus, empezó a platicar con quien se encontraba, como si fuera amigo de mucho tiempo… pero era de esos amigos anodinos y molestos, que no te los puedes quitar encima sin importar como. La ciudad me dio miedo. Finalmente, regresé a Insurgentes y caminé enfrente de un antro nuevo llamado Velvet y había piernas, muchas piernas.

Ni eso me hizo sentir mejor.