“Impossible is Nothing”, leyó la mujercita en el poster de Muhammad Ali mientras esperaba a que le llamaran. Se asombró de llevar veinte minutos esperando, generalmente los cobros los hacen de inmediato, y no es ningún secreto: en cualquier lugar al que vayas, si es para dar dinero, te abren las puertas, te dan fila preferente, a veces hasta te sirven cafecito y te llaman por algún apelativo cariñoso. Esta ocasión, la señorita que le cobraba la hipoteca estaba tardando y eso más que molestarle, le divertía un poco. Además le permitía gastarse el tiempo admirando la foto del boxeador, con el sudor cubriéndole el cuerpo bien hecho, así como le gustaban: marcadito sin exagerar, moreno (porque de ninguna manera lo veía negro) y de ojos bobos. ¿Cómo podría gustarle a un hombre así, se preguntó ella?

–Tal vez si fuera boxeadora –se dijo en voz baja, aprovechando que no había nadie en la sala esperando con ella–. Seguro un hombre como ese no le gustan debiluchas, aunque tenga ojos tranquilos, de esos que solamente llaman sombras por los golpes. Para llamar su atención, probablemente tendría que pelear con él.

Olvidó al hombre y se imaginó a si misma, ¿cómo debía ser una boxeadora? Mentalmente, primero se puso los guantes, y unos shorts naranjas, porque el naranja era su color preferido. Y tenía que llamarle la atención, la peluca azul seguro serviría, practicó la mirada en su imaginación sin darse cuenta que esta mirada iluminaba un cuarto silencioso. Primer round, la iluminación, empezó a sentir el sudor en la cara, ojalá no se hubiera puesto sombras, ni rimel. La gente empezó a corear el nombre de los boxeadores: “La señora de la hipoteca se acerca peligrosamente al grande. Su jab izquierdo como nunca le asesta un duro golpe en el costado. ¡El hombre no tiene tiempo de poner la guardia, la señora se acerca nuevamente, el uno dos, uno dos! ¡Dos titanes bailando señores! El grande mete el derechazo directo en la cara de la señora y se mueve a una velocidad monstruosa, la señora no puede golpear lo que sus ojos no ven y ella pierde el balance, ¡el grande esta bailando tan rápido que apenas puedo seguirles la corriente! ¡uno a la cara! ¡ella responde con golpe al vientre! ¡se retuerce de dolor! ¡se le nota en la cara el odio, y el amor, el amor! ¡ella continua golpeando, no ceja, otro golpe más, lo tiró! ¡lo tiró! ¡se acerca el referi a dar el conteo! ¡1, 2, 3500! ¡3500!”

–Disculpe señora, son 3,500 de la hipoteca.

–¿Ah? ¡OH! Si, si… eso ya lo sabía… si. Nada es imposible, tome… si. Mi recibo, si, muchas gracias, nos vemos el siguiente mes. Nada es imposible. Nada.

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Foto de Edmee.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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