Prometí que te contaría la historia porque llevamos tanto tiempo juntos (como amigos, deja de mirarme así) que no tengo de otra. Es cierto que al ser un cacto con ciertas propiedades humanas puedo sentir el poderosísimo vertiente de la naturaleza, incluso puedo recoger información usando mis espinas y así sé lo que esta sucediendo simultáneamente en una serie de lugares sin necesidad de prender un televisor. Diablos, incluso tengo una intuición vegetal que puede adivinar la mayoría de las cosas antes de que sucedan, así que de alguna manera miro el futuro. Soy un chingón y quepo en una macetita pequeña, era imposible que no quisieras mi compañía. Tengo que admitir que te usé en un principio, que mis poderes de control mental (que la verdad, no son tanto, sólo son sugestiones) te arrastraron a mí ese día y obligaron a que sacaras una moneda de 10 pesos. Necesitaba alguien como tú, alguien leal, alguien que pudiera comprender y sobre todo, alguien que tratara de creerme cuando llegara este día. No necesito que me creas, pero si necesito que lo trates, porque así me das fuerzas. Y si tengo fuerzas, puedo entonces recrear los recuerdos que aún estan medio borrosos. He considerado la idea de que estos recuerdos no existen y que solamente han surgido por la necesidad del pasado y porque nuestra amistad existe, porque has de saber, según la naturaleza, que los amigos para entrañarse de verdad deben compartir su pasado y esto puede suceder de tal manera, que las historias se entrelazan y acaban siendo una sola persona. Eso es lo que dice el flujo natural y yo le creo. ¿Y tú?

Mi historia es un poco trágica, como dirían los humanos. El flujo natural dice que solamente es una serie de circunstancias que explotaron, se ligaron y se dieron energía los unos a los otros, como las neuronas que estan constantemente trabajando. Una tragedia es como cuando le metes coca al cerebro y explotan, simultáneamente, miles o millones de neuronas mientras tu observas al mundo pasar rápidamente y después, sonríes un poco perdido, desorientado, preguntando donde esta arriba y donde esta abajo. Los humanos inventaron las tragedias para tener una excusa, para hacer una burda representación de orden y caos luchando constantemente por un control. No puede existir un mundo en perpetuo balance, no sólo porque sería aburrido, sino porque va contra la naturaleza. Eso fue de las primeritas cosas que aprendí hasta que Satanás me encerró en este cuerpo… sin embargo, estoy divagando, y empezar mi historia hablando de Satanás e insistiendo mi presencia como un cacto parlanchín sólo obligarán tus carcajadas y poca seriedad. Y lo que necesito es tu atención.

Todo hombre que se precie de trágico y decente, empieza su historia con las piernas de una mujer. ¿Qué te puedo decir? Fui un hombre chapado a la antigua. Cuando tenía piernas, brazos, un coche último modelo, lentes oscuros, camisetas floreadas y ridículas (como el tipo de Magnum), cuando tenía un poder de decisión sobre mi futuro, sobre mi carrera, sobre como gastar mi dinero, sobre tomar tanto para que me doliera la cabeza y vomitara en el excusado, cuando era imposible detener los latidos de mi corazón al mirar sus piernas fue cuando empezó mi descenso a los infiernos. Le llamaba Salcedo, porque su apellido me provocaba un golpe en la cabeza, era la línea de coca que se metía en mi cerebro, también tenía un nombre, insignificante si me preguntas, porque para mí, siempre fue Salcedo. La conocí un día que fui de vacaciones en Los Cabos, tenía las piernas juntitas y miraba al cielo, con los lentes oscuros. ¿Quieres que te la describa más? No es necesario, porque cuando te late estúpidamente el corazón por una mujer, se transforma, no es lo que piensas que es, pero la quieres así como es. ¿Me entiendes? Creo que si, creo que todo mundo puede comprender esa falacia, por más absurda que suene. La naturaleza lo sabe: una mujer es, sin lugar a dudas, el inicio de una tragedia. Es el catalizador, es el disparador, es la super nova. Catalizador-Disparador-Nova. No estoy evitando contarte como era ella… no, no es así… si necesitas preguntarlo, te puedo decir que fue la primera y única mujer rubia que me gustó, no era como las gringas que solía cogerme en Cancun. Ella tenía una nariz respingada y labios carnosos, ojos claros, que tenía unos pechos normales y que tenía unos muslos enormes. Que a veces tenía una voz demasiado infantil para mi gusto que rechinaba en mi cerebro y me molestaba, y me hacía preguntarme: ¿Por qué diablos amo a esta mujer de voz chillona?

Me presenté con ella y le invité una piña colada. Yo en ese entonces tenía veintiséis años y estaba en Los Cabos “tratando de reencontrarme”, como hacía cada año. A veces hasta dos veces al año. Mi padre tenía mucho dinero, tal vez tiene, no sé si continua con vida… después hablaremos de mi padre, lo prometo. Me senté a su lado y platiqué del clima, del calor, de cómo estaba buscando una carrera como artista, que pintaba, esculpía y escribía. La verdad, mi vida como artista me asaltó ese año porque nunca acabé mi carrera como administrador de empresas y mi padre sólo quería que no le molestara personalmente con mis pendejadas, esa era su única regla. Pude ver como los ojos le brillaron a Salcedo través de sus lentes oscuros cuando mi Phillip-Patek hizo dos vueltas alrededor de su eje, en ese momento debí saber que había algo mal, en ese momento debí correr tan rápido como el niño volando una cometa y huir, huir, ¡huir! Pero no era natural, ¿entiendes el meollo de todo esto? ¿entiendes por qué ahora soy un cacto? No era natural huir. Era natural, sin embargo, que ella empezara a platicarme que su esposo la había engañado, que estaba usando el dinero que habían ahorrado para estas vacaciones, que estaban iniciando los trámites del divorcio y que apenas tenía veintidós años, que no sabía como se había metido en algo tan serio. Y esa plática, que habrá durado diez minutos a lo más, la terminó ella cuando se levantó, me agradeció una piña colada a dos tercios de terminarse y se fue.

Por un momento pensé que no la volvería a ver, esa vez ni siquiera le pregunté su nombre, el número de su cuarto de hotel, su teléfono celular. Quedé como todo un primerizo, suspiré derrotado y te juro que pensé que le había perdido para siempre, pero las cosas no pasan así, mi querido amigo… porque ese par de piernas, firmes en mi memoria y aun en mis espinas, habrían de reaparecer esa misma noche, en el bar.

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