Cuando escucho la historia de Bob, siempre tengo una urgencia de salir a fumar y de pensar que después de todo, sigo siendo un hombre común. Y sutilmente trato de convencerme que mi historia no tiene su tragedia o su tristeza o su inspiración. Que si bien, lo más que tengo es el poder de escucharlo a él, y a medio cigarrillo consumido, mientras él espera pacientemente en la casa y el lobo devorador de mundos mira al piso, atiendo poco a poco a la resignación. Sin embargo, mi vida no ha sido de lo más común, tal vez lucho porque lo sea, tal vez quiero que lo sea. Y así lo repudio también. Pensando en mi vida, en la vida de Bob, pensando en el cigarrito y pensando a qué hora llegara la vecina en minifalda para que le pueda mirar los muslos, empieza una lucha básica: ¿Cuánto de tu vida ha sido normal? ¿Cuánto de tu vida no ha sido explotada al máximo? ¿Cuándo mueras, estas seguro que será porque ya quemaste toda la mecha?

Es el delirio del fénix, de quemarlo todo en un sólo evento, de explotar la muerte y convertirse en una estrella. De explotar y ya.