Qué título tan tétrico para un post, pero yo no tengo la culpa. El día empezó raro. Desde la tos de perro muerto que me traigo hasta la breve discusión con un interés amoroso del pasado. Llegué temprano. Curiosamente, estoy leyendo los libros de Harry Potter. Llevo la mitad del primero en una noche. Mi hermano se reía de mi insistencia en conseguirlos en inglés británico. –Más párrafos. No quiero que Hagrid hable como sureño de Wisconsin –le inventé. Los juegos de palabras se aprecian mejor, si es que existen tales. Buscándolo en torrents, encontré a un tipo que decía que se había tomado la molestia de editarlos y mejorarlos, arguyendo que su edición era la mejor. Mientras le leía la descripción de como esta persona había editado los libros, a mi hermano, él se carcajeaba. Nos carcajeábamos. Entonces hice lo prohibido, entré a IRC después de años de no tocarlo, busqué en undernet, y bajé lo que tenía que bajar. El primer libro –el único que había leído–, me sigue gustando. Como el niño sufre desde el principio y lo tratan como una especie de cenicienta. Lo empujan a los límites. Cuando lo leí la primera vez, pensaba–. ¿Por qué lo tratan tan mal? –y me sentía identificado con él. Me dolía.

Estoy atento un poco más a los misterios, a los cabos que dejan sueltos y las pistas. Eso es trabajo de un buen escritor de libros tan aventureros como este: Dejar abiertas las puertas para la extensión de la historia, pero de una manera muy sutil. Sutileza y elegancia. Llegué a la oficina, con el sombrero parlanchín en la cabeza, y una niña corría de un lado a otro gritando papá, papá, dónde estas papá. Pensé que era un fantasma, pensé que con mi dolor de garganta, si me asomaba, podría robarle la suya. El día empezó raro. Lo dicho.