Cajas se apilaban en la sala
llenas de recuerdos, libritos viejos,
santos, telas, recibos de bancos
y las anécdotas de mi abuela.

Feliz, recogí sus fotografías,
sus pinturas de hormigas y flores,
sus cuentos de deberes y amores.
Guardé las hojas que dejó vacías.

Ella aprendió a escribir sola.
Su letra descuidada, errática.
Seguido pedía perdón por eso.

Guardé sus arañas en una bolsa,
la noche a su paso, nostálgica.
¿Qué ruido haces, árbol de cerezo?