…la señora se ve más débil, triste. Recuerdo cuando la miraba antes, una mujer robusta y enérgica, como una mujer vikinga. Luego su hija se tiró de la ventana y dejé de verla mucho tiempo. Una vez me la encontré, ya con el cabello corto, cuando solía traerlo largo, y descuidándose las canas. Igual de grande, pero se movía despacito. Me parecía que pedía que algún titiritero jalara sus hilos simplemente para no quedarse quieta. Me gustaba mucho su hija antes de que intentara suicidarse. Me parecía una de las morenas más bonitas que había visto. La hija regresó, en muletas, también con el cabello corto. Su hermana y dos amigas revoloteaban alrededor de ella como urracas para hacerle reír. Quién sabe a cuantos habrá espantado. Al menos a mí me espantó el deseo. Es uno de los pocos recuerdos ajenos que me causan tanta impresión. Me mudé después a Palenque, y pasé un buen tiempo sin ver de nuevo a la señora vikinga. Ahora que he regresado a la Unidad, todavía la veo, parece moverse un poco más rápido, pero sigue con las canas y los ojos apagados. Así descubrí que un suicidio no sólo mata a una persona.

Crédito de imagen: Unknown The Suicide of Lucretia, about 1413 – 1415, Tempera colors, gold leaf, gold paint, and ink on parchment Leaf: 42 x 29.6 cm (16 9/16 x 11 5/8 in.)