Nuestra sociedad, adicta al dinero y al azar, los junta perfectamente en algo llamado: “Lotería”, cuyas variantes pueden ser “Melate”, “Progol”, “Multijuegos”, “Yak” o “Esmas móvil”. Tan sólo necesitas unos pesos adicionales o una personalidad muy osada, y ya estarás formadito para comprar tu boletito diario a ver si ganas mijo. O si no es diario, semanal. Y sí no es semanal, será quincenal o mensual. Lo importante es que una vez que empiezas a jugar, aunque sabes que no merma en tu economía, el dinero de tres cajetillas de cigarros o diez cajetillas, es depositado a las manos del azar y la buena fé. Esperemos que con el jueguito me haga millonario. Esperemos.

A mí me pasa. Últimamente, después del fabuloso premio de 500 millones de pesos acumulados en el Melate, empecé a jugarlo. Tres combinaciones de seis números, más la opción por jugar el “Revancha”. A quince pesitos la combinación, más cinco del revancha, y ahí se van dos cajetillas de cigarros, una coca y más cigarros todavía. En la primera combinación de números, suelo escoger los cabalísticos, los números que me han acompañado toda la vida… y en las otras dos combinaciones, suelo escogerlos al azar (aunque ni tanto, por lo general acabo con los mismos).

Tengo tan buena suerte, que he ganado el Melate tres veces. La primera gané 20 pesos, en la segunda y tercera diez pesos. Si continúo así, los boletitos siempre me saldrán en treinta pesos.

Lo mejor es que mi personalidad adictiva, ha descubierto otra especie de juegos. Mientras miraba el televisor, una rubia fea dijo algo de mandar un mensaje a cierto número con cierta palabra y con ello participabas automáticamente en el concurso diario por treinta mil pesotes. ¿De verdad? ¿Así de fácil? A diez pesitos el mensajito, saqué el teléfono, como bólido hice le mensaje y lo envié. Así de fácil. Ya había perdido diez pesos tan rápido y ya estaba soñando la posibilidad de ganar unos treinta.

Porque de eso trata el negocio de los juegos… soñar.

El mensaje enviado, subía las escaleras cuando el celular vibró en mi bolsillo. Un nuevo mensaje. Lo leí lentamente y este me decía que ya tenía diez boletos acumulados para el premio. Si deseaba ganar cincuenta boletos extra, debía responder la siguiente pregunta: Qué Ciudad tiene la mayor cantidad de población. Parpadeé dos veces. La pregunta estaba diseñada para hacerte sentir como un idiota si no la respondías. Me preguntaba si tendría la fuerza para no responderla y continuar con mi vida. Subí las escaleras, me senté en la computadora, saqué el celular y respondí, como quien responde la hora.

Habiendo mandado el mensaje, me felicitaron de nuevo y me pareció tan agradable el mensaje siguiente que también lo respondí: “Es momento de conocernos mejor. Por favor manda tu nombre, seguido de una h si eres hombre, o una m si eres mujer. ¡Gana la posibilidad de acumular otros 30 boletos extra!”. Gana… Gana… Gana… umm… Ok… Agustin H. Mucho gusto. Simón. En tan sólo diez minutos, había perdido alrededor de cuarenta o cincuenta pesos de saldo en mi malaventurada curiosidad.

Esta noche no más mensajes para el señor, no hasta que sepa controlarse.