Hay un chiste viejo. No. Hay muchos chistes viejos. Los mismos chistes se cuentan generación a generación. Cambian un poquito los estereotipos. Las regiones y las religiones. Un mexicano, un judío y un menonita paseaban en la Selva Lacandona cuando se encontraron al Rey Mono. El Rey Mono, para no comérselos, les pidió que fueran a buscar algo de comer: frutitas, tacos, lo que fuera. Los chistes a veces no tienen sentido. ¿Qué hacen un menonita y un judío paseando juntos, por la selva? El judío trajo naranjas (en la selva hay. Como no).

–Empínate –le pidió sonriente El Rey Mono.

El judío así lo hizo. Pobre. Más instrucciones del Rey–. Si haces algún sonido, o alguna expresión, te mandaré al asadero.

Una naranja por el recto. Dos naranjas por el recto. Tres. Tres. Tres. El pobre judío hacía unas expresiones de dolor y soltó un pequeño gemido de dolor. El Rey Mono lo mandó al asadero. Una pierna frita para el Rey Mono.

El mexicano ya se sabía el chiste, así que trajo uvas. Cuando se presentó al Rey Mono, le dio sus uvitas y se empinó. Nada de escuchar instrucciones. El macho mexicano todo lo puede.

Una uvita. Dos uvitas. El mexicano empezó a carcajearse. Chiste viejo, les dije. El Rey Mono, poco paciente como era, alzó su machete y le cortó la cabeza al mexicano. Lo aventó al asadero y esperó pacientemente al menonita. Pensaba–. Este cabrón tenía todas las de ganar, ¿por qué le ganó la risa?

El judío y el mexicano se encontraron en el limbo. El mexicano todavía se moría de la risa. El judío, ya picado por la curiosidad, se acercó a él. ¿Por qué, oh por qué, mexicano, te mueres de la risa? –preguntó el judío en hebreo. El mexicano sobándose la panza le respondió–. Porque el menonita traía su morral de quesos y me dijo que eso le daría al Rey Mono.

Pero eso sí. Cuando el menonita llegó al limbo, se puso a vender quesos.

Otro chiste viejo es trabajar en domingo. Hacía mucho que no pasaba. La verdad lo disfruté. Tanto silencio. Tanta calle desierta. Tantas llamadas telefónicas. Yo soy un chiste. En un día cumpliré veintiséis años de antigüedad. Ah, cierto. Recuerdo que compré el Melate. Al rato mataremos la ilusión dominical. Otro chiste repetido. El hombre que se compra sus boletos de lotería esperando ganar honestamente.

Me dejaron un comentario. Resumiendo: “Creí que eras un buen blog, pero después de leer como hablas de las bloggeras gordas, histéricas, neuróticas y obsesivas, ya no lo creo”. Caray. Estaba molestando nomás. No esperaba herir susceptibilidades. Mi sentido del humor es retorcido a veces. No hagan caso. Les pido una disculpa a las bloggeras bellas y les doy un arrimón. Nomás uno. Porque si no me pega mi bloggera mayor.