Ya noche, mientras trataba de poner una hoja de papel sobre el teclado, aire entraba por el vidrio roto de la oficina. La hoja no se quedaba quieta. Una abeja se metió y voló a mi alrededor. Nadie sabe por qué se perdió. Finalmente la maté, aunque me hizo dar vueltas por toda la sala como Fred Astaire. Después me asomé por la ventana. El suelo me pareció húmedo. Demasiadas hojas de árboles. El aire olía a lluvia. Mi consciencia climática, me habló del calor que estuvo haciendo en las tardes y probablemente era justo que lloviera. Bajó la intensidad de la luz. La electricidad amenazó con irse. Me encogí de hombros.

Hartos en la oficina por el estrés, pensamos en buscar la cena. Nuestro gallo, una taquería en la esquina de Uxmal, estaba cerrada. Hablamos por teléfono y ninguna de las tres grandes pizzerías de la Ciudad de México respondió. Mi jefe subió a la sala de edición para despedirse-. No hay luz en la casa, y mi mamá esta enferma, nos vemos mañana. Unos minutos después, Juan Carlos me dijo-: No hay energía en la mitad de la ciudad.

¿De verdad? ¿Por el airecito que hacía volar mi hoja de papel?

Salimos a buscar la cena. No había luz en algunas calles de la Narvarte. Me asombró tanta oscuridad. Llegamos a una taquería con televisión y tomamos asiento. A comer, comer, comer. López Doriga en la pantalla, empezó a hablar de la tromba que azotó la Ciudad de México. Que 12 de 16 delegaciones tenían problemas de electricidad. Después, diversas imágenes de los árboles caídos. Conté unos seis o siete coches distintos por lo menos. Ambulancias en la calle. Torretas de policía encendidas, cegando e iluminando el paso de los transeúntes. Mi hoja de papel segura bajo el teclado.

Hay un árbol enorme que siempre veo saliendo de mi edificio. Nos saludamos todas las mañanas, aunque ya esta viejo y cansado. Su corteza seca. Nos dábamos los buenos días y las buenas tardes, cuando yo iba en la secundaria. -No te sientes a mi lado -me decía-, porque los perros callejeros ya cagaron por aquí. Quédate parado y platícame un poco. Eres un hombrecito joven, todavía resistes la fuerza de los vientos.

Me dolería llegar a casa y verlo vencido.