Supongo que hoy me vestí de blanco. Me presenté puntual a la iglesia. Mi tío Daniel, mi padrino, puso su mano en el hombro. Después de la ceremonia tuve que bajar la mirada. El aceite de la unción me regresaba los ojos en el reflejo. Un pulgar en mi frente. “Amén”, “Y por tu espíritu”. Las respuestas. Apréndalas bien muchacho porque si no le retiramos la boleta. Sí, señor cura, lo que usted diga.

Soldados de Cristo marchando como para ir a la guerra. Siempre pensé que “La Confirmación” era el rito romántico por excelencia. La confirmación de la fe, muchacho, porque ya estás listo para marchar. Mi mujer estaba inexplicablemente feliz. No sólo era la confirmación de la fe bajo la cual nací. También era reafirmar que estaba dispuesto al matrimonio. Nunca he dicho que no. Apréndete mujer que deseo casarme contigo. No te preocupes más.

Mi familia pasó un rato con Sol María a su lado. Usualmente es al revés. Nos divertimos paseando por el centro poblano buscando antigüedades. Entre ellas encontramos una máquina de escribir realmente vieja. -Te la voy a regalar -dijo mi padrino-, para que escribas una gran novela y de verdad te cueste esfuerzo. Sangre, más bien. Era tan vieja la máquina de escribir que parecía artefacto de tortura. Un mecanismo donde eliges la letra, la presionas, y la metes a la hoja. Dos palabras por minuto dijo mi tío Angel. No quiero imaginar cuanto tardaría.

Cigarrillos a mis espaldas. Unas zucaritas sin abrir. Un café a mi derecha. Me parece que es la cena. Es domingo. He dormido bien estos días. He soñado cosas… que me confunden. Soñé que hablo dormido. Soñé con una confesión de amor. Soñé una muerte. Soñé que no soy la persona de siempre. Quien sabe. Tal vez hoy escapó el chamuco por mi frente. Mañana empieza otra semana. Nos encontramos trabajando un libro de cuentos, otra vez. Una Torre de los Sueños se alza a la distancia. Todo regresará a su lugar. Soldadito de Cristo marchando para morir en la cruzada ♬.