Hablemos de mí. ¿No había una canción, cursi y pegajosa, que empezaba así? Hablemos de escribir. Hablemos de escribir lo que nos venga a la cabeza. Las pequeñas quejas, las opiniones cuyos fundamentos son superficiales y/o mediocres, los sentimientos más sutiles. Hablemos de los favorcitos, de las perversiones, de aquello que siempre callamos y se contiene. De como estamos en una mesa cuadrada y nadie se calla nada. Las palabras vuelan y rebotan como pelotas de ping pong.

El día de hoy, me pareció curioso ver al señor de los taxis de pago con su iPod. Aunque de segunda mano, para él parecía nuevo, porque le daba vueltas y buscaba canciones. Sólo una persona con un iPod nuevo hace esas cosas. Estuve a punto de llamarle: “Mi hermano”. Yo también tengo uno nuevo, con el que he estado jugando desde hace unos días. Desde la búsqueda del rockbox hasta la conversión en masa de videos.

Hoy me acordé cuando recién cumplí los veinte años. Dejarlo todo parecía más sencillo. De hecho, cuando tienes veinte años es obligatorio mandarlo todo al diablo al menos una vez en la vida. Ser el juguete del destino es lo mejor que puedes hacer para que la vida te enseñe un par de cosas. No hablo de doblegar el espíritu. No me gusta la palabra doblegar. Hablo de tallarlo. Perfeccionarlo.

Me siento perdido.

Una perdición mental, de esas que te lleva la mente a quien sabe donde. Mañana hay tres castings. Las ediciones estarán divertidas. Uno de los proyectos lo dirige una argentina pesada. La puerta de Jorge esta cerrada. Hay que instalar un nuevo sistema. Y mi mente, como The Pixies, anda volando por ahí, con los pececillos y al aire libre. Haré lo que se deba hacer. Me portaré bien, como alguna vez leí por ahí. Pórtate bien. Haz tu deber. Es todo lo que tienes que hacer.

Y ya.