Después de mandar el video de la chica muerta, la señora respondió: “Qué Dios le bendiga”. No me siento particularmente bendito. Cada vez que salgo al tráfico y somos millones de idiotas los que desperdician más de cinco minutos, diez minutos, media hora, entre toneladas de metal y gases vomitándose por los escapes de los automóviles, pienso: “Qué gran broma, si alguno de nosotros piensa en este instante, que es bendito de Dios”. Prefiero sentirme zen mientras estoy en el tráfico. Es increíble, pero tengo tres aparatos para el tráfico: un ipod, un ipaq y ahora una nintendo DS. Separaditos en funciones: música-video, libros y juegos. Si en este momento, estuviera borracho y decidiría felizmente que mi chaleco –el resguardo de todos mis placeres tecnológicos– necesita una buena lavada y lo metiera así a lavar… al día siguiente despertaría desolado, triste y sintiéndome menos bendito que en el tráfico. Entre mis manos, mis aparatejos transformados en peso muerto. Placeres virtuales.

Hoy, en una filmación, mientras sacaba el ipod para escuchar música porque estaba mortalmente aburrido, lo metí avergonzado porque hice mis cuentas de cuántos aparatos tengo para esperar. Mejor saqué el nintendo DS y me perdí el tiempo de otra manera. Ja.

Hace algunos meses, mientras dejé de fumar, recuerdo que saqué el ipod. Mientras escuchaba algún rockcillo indie –seguramente–, miraba a los colegas prendiendo sus cigarrillos y platicando entre ellos. Recuerdo las ansias tan potentes de fumar en la espera y también recuerdo, que milagrosamente logré sobrevivir esa primera filmación sin prender el cigarro. Me ofrecieron y me negué. Me convertí en mi propio héroe, y cuando terminó el día y pude encerrarme en mi casa, me sentí aliviado de no tener que enfrentarme a la espera y al cigarrillo. Que se llevaran tan bien juntas, sólo podía significar que ambos son símbolos de muerte. El hombre que fuma, sentado en la banca del parque, es el hombre que está esperando una señal para irse descansar eternamente y dejar de pensar tantas cochinadas. Insisto. Pensar es muerte. Escribir es muerte. Fumar es muerte. Esperar es muerte.

Hablar de la muerte, es común para mí en estas fechas. Después de todo, es diciembre. Atrás de las luces multicolor prendidas en todas las casas, se encuentra el frío, los árboles pelones, los suicidios, la noche más temprana, el hombre que no tiene dinero para comprar tantas cosas, la mujer que no consigue amante para compartir su cama en noches decembrinas, la celebración por el nacimiento de Dios y su muerte, treinta y trés años después. Dirían los numerólogos, tres + tres, es igual a seis. El seis es el número de la humanidad, porque el siete es el número de la perfección y sólo Dios, es perfecto. Mientras que nosotros, pequeños hombrecillos, vamos con nuestras zapatillas sonriendo como duendes y preguntando a Liverpool si nos pueden dar más crédito. Aumentar las deudas no hace daño, nos hace olvidar el tráfico.

Humanos.

En la filmación de hoy, lo más divertido fue escuchar a una mujer tener orgasmos mientras comía chocolate. Mientras la escuchaba, pensaba, qué cachondo se escucha eso. Pensar porquerías también alivia los espíritus navideños de la muerte. Para el frío, los amantes se esconden bajo las sábanas y prenden su fogata a la manera antigua: fricción. La fricción de los muslos contra las caderas, por ejemplo, o las palmas de las manos castigando un par de nalgas, también, o simplemente el candor de un beso espontáneo y labios suaves / secos, que celebran la proximidad y comunicación, irremediablemente humana. Más hermoso, o por lo menos, más entretenido, pensar en el frío que tienen los pezones que los restos de una mujer que murió y su madre mendigando su último video.