Aprendió el método eficientemente, porque ella era así. Por ejemplo, a los 14 las matemáticas no eran su fuerte, pero el álgebra era tan hermosamente sistemático y armónico que cayó fulminada de amor. El método, sin embargo, la tenía en glorioso éxtasis: lectio, meditatio, oratio y contemplatio, repetía y aplicaba.

Avanzó rápido en la pequeña comunidad que se reunía semanalmente en el estrecho cuarto de estudio parroquial. Avanzó tan rápido, que muy pronto el pesado libro de frágiles hojas le pareció insuficiente. Fue entonces que descubrió a los otros.
Los otros libros.

Comenzó a faltar a las reuniones.

Al principio las ausencias fueron medianamente toleradas y al paso de las semanas se volvieron muy cuestionables. Al descubrirse que sus faltas se debían a la nueva empresa que había iniciado de aplicar el método a todo material impreso que llegara a sus manos, fue expulsada de inmediato del único lugar cuyo orden y exigencia le impregnaba seguridad a su incierta vida.

Fue expulsada, la blasfema y arrojada a un infierno carente de certezas. Acorralada por el sinsentido, se refugió todavía más en los otros, descubriendo poco a poco, que ese mundo que llamaba infierno se acercaba cada vez más a un imperfecto paraíso en el que absolutamente todo era legible.

Aprendió entonces a leer las hojas de los árboles, las palmas de las manos, la borra del café. Aprendió a leer los rostros, las muecas y los ojos cerrados. Tampoco le fueron ajenos los cuerpos, los gemidos, ni los placenteros remordimientos.

Aprendió a leer, sistemáticamente, metódicamente, religiosamente, en su propio paraíso de condenada.

Ministry of Silly Walks. Exmaestra, instructora, estudiante, madre y esposa desesperada.