Se me desaparecieron dos días. No sé donde los dejé. He venido a mi blog para revisarlo porque para eso es un blog (básicamente). La maldita auto-referencia. En mi blog hay dos días sin registrar y mi memoria hizo de las suyas. Si fuera una persona –de verdad– optimista, tomaría un par de hojas en blanco y las titularía “Día Perdido 1” y “Día Perdido 2”. Entonces escribiría en las hojas un par de eventos con muchos puntos y muchas comas. Nada del otro mundo, porque cuando se te han perdido dos días, al menos las comidas y las bañadas y las puñetas y los sexos deberían estar plasmados. Si fuera –aún más– optimista, escribiría como me gané la lotería, como viajé a la luna y recorrí los anillos de Plutón en patín del diablo, tendría un harem de veinte mil vírgenes y utilizaría la cabeza de Medusa para matar al Kraken. ¿Cuántos cigarros no me fumé en dos días? ¿Y si no fueron solamente dos días? Pero mi blog no miente, al menos, yo que lo escribo debería entender todo lo que he dicho entre líneas. Los mensajes secretos que están plasmados utilizando un algoritmo complejo que aprendí leyendo no sé que libro estúpido. Sin embargo nada de eso está pasando. Las dos hojas están en blanco, sobre la mesa que tiene sus muchas historias y sigo mirándolas tratando de encontrar mi memoria entre sus fibras de árboles muertos y abandonados. Sorprendo mi mano tomando una pluma pero los músculos no reaccionan, mis dedos se engarrotan, no puedo hacerlo. No puedes escribir algo que jamás viviste. El hombre de jeans y capucha me aprieta el hombro y me comparte uno de sus cigarros. ¿Te fijas?, le pregunto, ¿tú me puedes decir donde están las palabras de estas hojas en blanco? Él se encoge de hombros, toma mi mano y empuja. La pluma atraviesa el papel, atraviesa la mesa, atraviesa el concreto, el cemento, el sistema de drenajes, los huesos de un pequeño dinosaurio perdido, el centro de la tierra. –Inventa –me susurra al oído–. Cuando ya no te quede más, miente con todo tu corazón, pero no vuelvas a perder los días.