Hoy es domingo. Además, es una hora más tarde. ¿Disfrutaron sus vacaciones? ¿Se relajaron? ¿Ya el estrés desapareció para ustedes? ¿Además, desearían que sus vacaciones jamás hubieran terminado? Hoy es domingo. Mañana es el pronto regreso al ritmo habitual. Millones de personas, tras sus puestos de trabajo, murmurarán silenciosamente cuanto lo odian. Mi trabajo es tener un diario. Registrar cada uno de estos murmullos y hacer un cuento con cada uno. Es una tarea muy estúpida porque los millones de cuentos tienen los mismos títulos: “Odio los lunes”, “Ojalá siguieran las vacaciones”, “Ya no quiero trabajar”, “Desprecio mi oficina”. Escribir cuentos con los mismos títulos lleva a un reto y la propuesta es dirigirlos a distintos caminos. Millones de caminos. No puedo terminarlo. Abrí un diario y sigo escribiendo. Creo que voy a morir antes de terminar uno siquiera. Tendré que disminuir los tiempos en que voy por cigarrillos y coca cola. Tal vez tenga que dejarlos. Tal vez ya no pueda comer. Tal vez ya no salga de aquí. Tal vez mis pies se entierren en el piso y todas las formas de pelo me crecerán, y me atarán a la silla. Tendré una gran joroba. Jamás volveré a bailar. Jamás, me interesará si “hoy es domingo”. Uno cae en cuenta. ¿Qué caso tiene quejarse y escribir los millones de cuentos de esos malos pensamientos? Tan pronto hice el descubrimiento de mis manos tachando las pequeñas cosas y el insistente cálculo mental por mantener los tiempos, rompí la pluma y salí como lagartija, a que me diera el sol en la barriga.