La habitación se ha llenado de moscas. No sé por qué. Está arreglada, está limpia y se limpia cada jueves. No se come aquí adentro, sólo se toma café y coca cola, los vasos los levanto cada madrugada. En esta habitación se fuma. Soy como el taxista que alguna vez dijo: “Y si no fuma, se va a chingar a su madre” después que aprobaron esas leyes y subieron más los impuestos. ¿El cigarrillo atrae a las moscas? ¿Las cenizas de una madrugada larga y pesada? Anoche maté al menos seis después de levantarme y buscar el matamoscas. Hay otras tres que vuelan en este instante. Las más jóvenes se lanzan contra mi cabeza, mis oídos, mis brazos. Hacen un escándalo, juegan, se aparean. En un texto literario las moscas son una señal de alerta. Las moscas se refieren a lo más obvio: A la suciedad, a la enfermedad, a la muerte, al animal molesto que sobrevive a pesar de todo y se alimenta de mierda. Después el cine se apropió del sonido de las moscas y su forma de ver la vida. ¿Cuántas veces no hemos visto un capítulo introductorio en los ojos de una mosca? Miles de pequeños ojos mirando al personaje o personajes y su vuelo incesante, su zumbido molesto. Tres moscas vuelan en la habitación. Tres vigilantes o tres presagios, cuyo significado está por descubrirse.