Hay varios motivos por los que un blog personal deja de actualizarse. En mi caso, es que la vida es aburrida y normal. Luego pienso: Podría escribir ficción, hacer un jueguito por ahí, retomar una de mis historias viejas, ponerle salsa a la vida aburrida y normal para hacerla increíble. La verdad es que mi editor interno me impide hacer esas cosas y siempre termina sus diatribas con una sonrisa, encogiéndose de hombros y la misma pregunta: ¿Para qué? El editor interno se hace más fuerte conforme pasan los años y un escritor blandengue, regularmente le hace caso. Nos compartimos los cigarrillos y platicamos como viejos amigos, en un acto meramente diplomático, cuando en realidad somos enemigos. No hablo de cualquier tipo de enemigos, sino EL ENEMIGO. Aquél con el que pelearás para terminar tu vida, como lo hacían los samuráis, por ejemplo.

El editor interno tiene falacias poderosas en sus manos, y todas parecen verdaderas, tal vez lo son, no podría admitir que todo es verdad porque si no la pelea ya se terminó y eso de empezar de nuevo, le provoca sarna a a cualquiera. Las mentiras son–: Es que ya escribiste todo lo que debías escribir, ya no lo hagas más, déjalo todo como está. Tuviste libertad y mira lo que has hecho, puras porquerías. Nada terminará de satisfacerte. No respondes más que preguntas triviales e inútiles. Ni siquiera sabes cuáles son las preguntas que cuentan. ¿Qué? ¿Mejor vas a escribir una historia normalita? No, bueno, ¿y luego? Para eso mejor ves la televisión, mejor te pones a leer, mejor síguele trabajando chavo. Mira, eso qué ves allá, se llama trapeador y eso qué ves acá, es una mancha en el piso. Te acostumbrarás.

Lo de la mancha no es tan mentiroso. Al rato limpio.

También pasan los años y resulta que cualquier cosa que escribas, puede ser utilizada en tu contra. Un cuento de gatitos ardiendo en llamas, puede apelar a los sentimientos más aguerridos de las personas que forman parte de la vida diaria. Es un cuento, les dices, y son gatitos ardiendo en llamas porque el cuento así va. Yo no puedo decirle al cuento que no tenga gatitos en llamas porque así me lo pidió el cuento. El cuento es la voz de un dios. Es como si escuchara la voz de Cristo o de Buda, y cuando me pidieran difundir la palabra les alzara el dedo en la carota y les respondiera–. No, ¿por qué no mejor compramos pastel de chocolate? Es más barato.

El editor interno, curiosamente, en el momento de la crítica ajena está de tu lado y asiente desesperado, como muñequito cabezón sobre el tablero de un trailer o de un microbús. Sólo una persona enferma, te dirían con toda la autoridad sobre gatitos en llamas y enfermedades de la mente, escribe de como arden los gatitos en llamas. ¿Por qué no mejor escribes de niños comiéndose un algodón de azúcar? O bien, ¿por qué no me cuentas uno de parejas enamoradas y felices cuyo matrimonio llega a las bodas de plata, de diamante, de mirra y de caca?

No se trata de satisfacer al público, pero lo escuchas. Por ahí se te queda grabado. Después de los azotes, el editor interno abandona la defensa, se regresa a su papel y utiliza las voces de los quejumbrosos. Te las repite sólo para fregar y escuchas el eco en la caverna: parejas rejas jas felices lices ces y mirra y de caca de caca caca. Probablemente tenga razón, piensas, haces un cuento de parejas felices que en realidad, es una copia de alguna película que viste en televisión, resumido en un párrafo. Por curiosidad mandas el texto a la persona que te criticó, mientras el editor interno se agarra la frente, frunce el ceño y niega lentamente. A los quince minutos recibes un correo respondiéndote–. Muchas gracias, tu cuentito me encantó, me hizo llorar.

Por eso dejé de escribir y por eso dejo de escribir durante temporadas en el blaaaagh. Claro que también cuentan las ocupaciones de la vida diaria, mi editor interno nada tiene que ver con la mudanza próxima que se avecina, ni con las montañas de trabajo que dejé acumularse porque como uno trabaja en casa, el placer de rascarse el ombligo es una tentación constante e inminente. Sí, ya nos veo, tanto el editor interno como yo, el escritor (supuesto puesto esto to), mirando el cuerpo donde convive nuestra rivalidad, observar los muros blancos, bostezar y hurgar en su ombligo hasta sacar las últimas pelusas, hasta recuperar el cordón umbilical que abandonó hacía casi treinta años.