“Basta de llamarme así” es mi canción preferida de Los Fabulosos Cadillacs. Me parece apropiado escuchar la canción mientras leo la historia del moribundo. Hace un día, una persona que se nombra como “Lucidending” (Lúcidofinal) escribió–: Este martes por fin terminaré mi batalla contra el cáncer, gracias al Acto de Muerte con Dignidad de Oregon. No estoy tomando más pastillas contra el dolor como parte de las preparaciones y estoy tratando de recuperar lo que se pueda de dignidad y lucidez. No importa quien fui. Me duele, estoy cansado y finalmente se me entregó un poco de respeto. Siéntanse libres de preguntarme cualquier cosa si les place”.

Internet es un pequeño universo: sigue creciendo, sigue expandiéndose y no sabemos si alguna vez dejará de hacerlo, si tiene límites. A diferencia del universo, el internet es algo que podemos navegar y horas después, ya nos hicimos la ilusión de que se nos acabó. En el Internet podemos escribir un largo monólogo o preguntarle a otros que, igual que nosotros, son impulsos eléctricos gobernados por un cuerpo, por las máquinas y los cables de fibra óptica. Habrá quien escuche, quien lea, quien responda a ese pequeño milagro de hombre y máquina entrelazados. En el Internet podemos soltar una pregunta al aire, una pregunta que viaja como una semilla y verla crecer o morir tan sólo unas horas después.

El moribundo dejó una semilla y horas más tarde, la humanidad entera le respondió. LucidEnding respondió las preguntas de todo el mundo (es literal, todo el mundo: gente de Japón, Turquía, de Escocia, Estados Unidos, de Italia y de Argentina, de Rusia, y todos los países posibles). La gente se reunió a tomar fotografías para enseñarle a LucidEnding de dónde eran e hicieron eventos de Facebook para todos ponerse de acuerdo en comer gelatina como él, justo al mismo tiempo, de su última cena. Jóvenes morbosos hicieron las preguntas que siempre desearon hacerle a un moribundo y él respondió, en todas, sin dudarlo–. No desperdicies tu tiempo teniendo miedo. Hazlo. La humillación dura menos que la posibilidad de una mejor vida.

Podemos ser testigos de las últimas horas de un desconocido. ¿A dónde hemos llegado? Podemos sentir tristeza y melancolía por las respuestas del moribundo que no son diferentes a cualquier guía del buen vivir: Respeta a la gente, respeta su espacio y respeta sus ideas, modérate, no bebas y no fumes de más, cuida a tus amigos, tu cuerpo es un templo, tu cuerpo te necesita. La gente ahora escribe las últimas palabras del muerto en camisetas, en pizarrones, en fotografías, para conmemorar que necesitó toda una vida y vivir dolorido en sus últimos momentos para dar su versión de esta guía. Uno termina de leer las preguntas y respuestas de LucidEnding, uno lee lo que le escriben otros usuarios, y se piensa que así es. Se piensa que es lamentable que ese pedazo de internet deje de existir.

Piensas en el hombre, recostado en la cama de hospital, sus impulsos eléctricos deficientes apenas mueven sus dedos y sus manos, para responder lo que tiene en la cabeza. Mientras que del otro lado de la pantalla de su iPad (ese maravilloso artefacto que le permitió ver todas las fotografías, cito y lo siento, pero me sacó una carcajada el product placement), un ejército necesitado de hacer una conexión (para llevarlo de la mano a una muerte suave o para sentir que todo estará bien, ¿qué importa?) mueven sus dedos y sus pensamientos, como hormigas inquietas que necesitan saber más de ese hombre al que se le está escapando la vida como el agua. Un desconocido … ¿a dónde hemos llegado? Un desconocido te muestra lo engañoso que es el tiempo y lo reales que son esas últimas veces, los últimos minutos, los minutos previos a la muerte.

Los invito a echar un vistazo a LucidEnding y su aviso de las 51 horas restantes. Es un ejercicio que sirve no sólo a una reflexión personal, si no para ver el nacimiento de una pregunta y su evolución. Las reacciones de la gente ante la muerte de un desconocido y la supuesta lucidez de un desconocido que responde las preguntas de los necesitados. Recomiendo que vean las fotografías, que vean como todos ofrecen un momento de verdad en espera de que eso mejore las cosas para el hombre que se muere, o para ellos. ¿Quién sabe? Ya me imagino el futuro, ya me imagino cabinas que te lleven a un sitio para que platiques las últimas horas de tu vida. Ya me imagino que habrá gente mirando las cápsulas de los que están a punto de morir… como si fuera televisión, con ganas de llegar otra vez, como una dosis de droga, a la catársis.