El verde de su piel se hizo más oscuro con las primeras gotas de lluvia. Una gota cayó en la punta de sus colmillos inferiores, que salían de sus labios como unas pequeñas torres que rompían con el paisaje de su rostro. Era un paisaje muy feo. Su piel estaba agrietada y arrugada. Su cabello rojo y graso, salía apenas de una gorra azul que estaba desgastada por el tiempo y por los viajes. Usaba una camisa de mezclilla que estaba remendada en algunas partes, o con agujeros en otras. Su hijo… un antropomorfo azul de ojos negros y muy grandes, bostezó casi partiendo su rostro alargado. Usaba unos pants y una playera casi nuevas. El padre sentía satisfacción. Esperaba que la ropa nueva se le rompiera en el trayecto para que su hijo fuera un hombre de una vez. Sí, aunque fueran un par de heridas en la ropa.

El niño ignoraba la lluvia negra.

Invitó a su hijo a salir de campamento. Luego de la negativa, lo obligó, pensando que sería buena idea compartir el tiempo juntos aún cuando esto fuera obligado. Habían tomado el gusabús durante más de tres horas y luego caminaron un par más. El niño azul estaba silencioso, haciendo muecas con su rostro y murmurando su descontento. Todavía no se animaba a quejarse en voz alta… hasta ahora—: Estoy muy aburrido, padre.

—Nos hará bien. Entiéndelo.

—No me gustan las…

—Cállate ya. Ayúdame a poner la tienda.

El niño hizo una mueca y luego de un breve escalofrío, sus brazos y su cabeza grande colgaron de un lado. Su cuerpo cayó suavemente a la tierra mojada. El hombre verde, de los colmillos en los labios, se acercó a su hijo. La lluvia negra empapó su rostro y sus ropas. Decidió hacer lo mismo. Sus brazos, su cabeza colgaron y cayó con suavidad a la tierra mojada.

-o-o-

—No me gustan las simulaciones, padre —dijo el niño cuando su padre entró a la habitación furioso. El padre no podía gritarle, quería hacerlo, pero no podía. Lo sacarían de ahí. Miró los lentes de la simulación, sobre el cuaderno y los lápices, a un lado de los frascos de medicinas. ¿Cuánto tiempo le habían dicho? Unos meses, unas semanas, ya pasó su tiempo. Se observaron en silencio. El niño descubría en la respiración pesada de su padre cada uno de los sueños inconclusos que se interrumpían por la enfermedad y la promesa de muerte. Sonrió ligeramente tratando de consolarlo, pero su padre estaba inmerso en el conflicto. La simulación solo era un pasaje para recrear momentos rotos.

—¿Quieres que te traiga otro sandwich? —preguntó el padre y sin esperar la respuesta, con la misma paciencia de siempre, fue a buscarlo al comedor del hospital.