• Las quimeras tienen muchos tipos de cabezas: de león, de hombre barbudo, de cabra, de serpiente, de león, de águila y en algunas connotaciones más modernas, de mujer guapa. Su cuerpo puede estar compuesto de alguno de los sujetos mencionados previamente. Su trasero también es muy versátil para la imaginación, pero generalmente las estatuas y los mitos confirman que sobresalen varias serpientes como cola del animal. En algunos contextos, las quimeras tienen alas (como de un águila, o de un dragón). Todos estamos de acuerdo que las quimeras expulsan fuego de la boca.

  • Si encuentras una quimera con alas, las estadísticas dicen que probablemente estás viviendo en algún cuento chino.

  • Alguna vez, paseando en los días de Abril del año pasado, me encontré una pared de ladrillos. En esa pared sobresalían tres rostros hechos de piedra: Un león, una cabra y una mujer hermosa, sin barbas. Estaban verdes por el tiempo y los hongos. Unos árboles secos crecían detrás del muro, el cual, parecía el trabajo incompleto de un templo en medio de un baldío. Pequeños insectos salían y se escondían en sus grietas. Caminé atrás del muro. No había un cuerpo quimérico, a no ser que este fuera de aire que chocaba violentamente contra la pared abandonada. ¿Cómo habían incrustado los rostros en esa pared?

  • Cuando armé el juego de cartas y miré a la reina de tréboles, recordé el rostro esculpido de la mujer. Anoté decidido: La quimera.

  • Imaginé, de pronto, como huía la quimera de su destino a manos de Beloforonte. Corrió, o voló, tan rápido que logró encontrar un atajo en el tiempo. El vuelo accidentado del monstruo atravesó siglos y no pudo frenarse. Se estampó en un muro abandonado y tan pronto llegó al tiempo sin mitos, se esfumó para hacerse estatua. Lo único que prevaleció fueron sus rostros. Se me ocurrió que los rostros cambiaban. A veces la mujer era un hombre barbudo. A veces el león era un dragón. A veces el chivo era el rostro de un águila. En la parte posterior del muro me imaginaba a pequeñas serpientes inofensivas reptando, buscando su hogar en la grieta.

  • Me imagino a los niños de antaño, enamorados de la mitología griega, contando la historia de Beloforonte frente al muro. La quimera hecha piedra apretaba sus dientes de piedra. Apenas perceptibles guijarros de odio y resentimiento caían al suelo mientras los niños, animados, platicaban como Beloforonte, pegaso y la espada de Zeus terminaban la tarea heróica de matar al monstruo.

  • De niño dibujaba químeras. La quimera es otra manera de decir animales fabulosos, también funciona para referirse a la mentira, a las tareas imposibles y descabelladas. Dibujar quimeras es muy sencillo para una imaginación que requiere de monstruos y héroes a vencer. Dibujas un dinosaurio con patas de gallo, alas de ángel, cabeza de chivo y estómago cadavérico. Después llega otro niño, de los menos afortunados, y te dice al oído: Eso no existe. El dibujo de la quimera es aparentemente vencido, y así también, el héroe que no alcanzaste a dibujar para matarla.

  • Dicen que ciertas noches, las pocas, al muro de la quimera se le incendian los ojos. Sus rostros pujan por salir del muro de piedra y el cuerpo, antes aire, trata de adquirir consistencia. Me imagino a los niños imaginantes, los menos, presentándose con machetes desafilados y escudos de latón. Héroes anónimos que se funden en el anonimato de la noche y sólo sus risas estruendosas, las bolas de un fuego casi extinto, persisten en contra de los esclavos a lo no-existente.