El amor es un rito necesario porque la inmortalidad es aburrida. Hace siglos que mi cuerpo decide enamorarse de un hombre como tú, para pasar un rato. La inmortalidad es eso: ratos de experiencias que forman una larguísima cadena. Te acompaño oculta, con el sigiloso andar de las serpientes, fundiéndome en las sombras. Si supieras cuánto tiempo hemos pasado juntos… En otra carta te lo diré. Los hombres de los que me enamoro son muy parecidos al asesino de mi hermana. Eres como él. Tienes la nariz recta y fuerte, el rostro cuadrado, los brazos anchos, el cabello tan rubio, los ojos tan grises, mucho vigor, muchas ganas de aprovechar la vida física.

Me he enamorado muchas veces del mismo hombre, bueno, de ti. Esta vez eres tú.

Mis dioses me abandonaron hace mucho tiempo. Ahora camino entre las personas. Escondo las serpientes de mi cabeza en un turbante y paseo. Solamente paseo. Algunos días voy a las plazas a recitar poesía, con la voz de la serpiente, para entretener a la gente. Cuando los tengo a todos reunidos, hipnotizados, olvidados de sí mismos, los observo. Escojo entre ellos a quienes voy a matar más tarde, quienes me alimentarán con su sangre y la diversión de la caza. Hombres, mujeres, niños, aquellos que se vean más sanos y que exhiban en sus poros, y en sus ojos, las ganas de vivir, son los preferidos para el juego. Otras veces me disfrazo de curandera, lleno botellas con la sangre de mi brazo sano y las vendo. La gente dice que es un remedio milagroso. En el otro brazo, tengo sangre tóxica que proporciono a los clientes como veneno para ratas. Muy efectivo. Me respetan porque vendo muerte y vendo vida. Me convierto en parte de la comunidad. Durante algunos años me alimento de los chismes, de la historia de algún pueblo, hasta que me aburran y decida continuar el camino. No hay destino, no tengo propósito, los dioses me abandonaron… ¿te lo dije? Me dejaron sobre una tierra donde se inventan que los peores monstruos son ellos, los humanos, tan vanos, tan arrogantes, tan monstruosamente mediocres.

Te vigilo cuando te bañas, cuando te afeitas, cuando escoges de tu agenda alguna joven para follar con ella en algún jueves, en algún sábado. Eres muy Narciso, igual que los otros, los anteriores a ti, cuando te pones loción y te vistes frente al espejo. Haces una hora de ejercicio mientras yo limo un poco mis garras. Son garras, ¿no lo ves? Nadie lo ve. Nunca me verás como soy mientras haces todo eso. Las serpientes se encargan de que me olvides o de que ignores mi existencia. A veces aparezco frente a ti para asustarte, como soy, con mi piel escamosa y mis colmillos acariciándote la nuca, y ya ves, no recuerdas nada. El ruido de sus lenguas bífidas se encarga de hacerme invisible y de que tu mente crea que todos son trucos, pesadillas, momentos de locura. Generalmente estoy atrás de las cortinas, en otro pedazo de la realidad que el cerebro humano no puede comprender, es muy fácil no-existir cuando eres mito. Me verás cuando quiero y como quiera, así como los otros pobres desgraciados lo hacen.

Aprovecho esta carta para contarte nuestras noches de lunes, o de miércoles. Esas noches que duermes especialmente mal. Me acuesto a tu lado, mis serpientes te dejan quieto y me siento sobre ti, con las piernas abiertas. Me miras bella, con todo y serpientes, porque así lo decido. Tus ojos nublados parecen eternamente enamorados al escaparse en las visiones que mis serpientes permiten. Entonces te doy apenas una probada de mi veneno en los labios. Te retuerces un poco, te pones duro, tiemblas dos segundos, e inmediatamente te doy la cura. Así pasamos varias horas amándonos entre la vida y la muerte. Brincamos como niños con un pie en la línea blanca que separa la calle de la banqueta. No te preocupes. Mis amantes nunca mueren por el juego. Suelen tener vidas largas y abundantes, vidas que alimentan el juego durante varios años. Cuando terminamos, me abrazo a ti y lloro, recordando la muerte de mi hermana, la más querida, una nena que era como mi hija, la más bella de tres hermanas. Me besas la frente, mis serpientes te acarician el cabello, duermes y entonces te canto para que olvides la noche, olvides la carta que leíste, olvides todo el amor que me tienes. Lo hago porque ya sé las cosas horribles que pasan cuando no me olvidan.

Porque sabes… ¿Te lo han dicho? Amar a los monstruos no es cosa fácil.