• Primero leía a Proust antes de dormir. Este es un engaño del primer tomo y de las biografías descuidadas: La perpetua enfermedad de Proust y como vivía desde la cama. Después del segundo tomo, uno se olvida del hombre enfermizo, débil, y las cosas se aceleran, muchos personajes pasionales e intensos hablan a la vez y sugieren todo, menos la vida perezosa del lector que se imagina al Proust enfermo. Ahora Leo a Proust mientras hago una o dos horas de ejercicio al día. El ejercicio me permite enfocarme mejor mientras estoy leyendo.
  • Lo estoy leyendo en inglés. Quizás lo relea en español y si alguna vez me animo a continuar mis clases de francés (al menos tengo nivel de primaria, después de dedicarme unas dos horas diarias a un par de libracos por ahí), lo releeré en unos diez o quince años. Proust es un autor que se roba la vida, las lecturas, los pensamientos. No es recomendable leerlo si eres de esos lectores emocionados por estar al corriente de las últimas novedades literarias. Te quedarás en Combray (en Balbec, en Paris, en Sodoma, en Gomorra) y no tendrás tiempo, ni energía, para visitar otros lugares. Insisto: se roba la vida, los pensamientos, las pasiones, la inocencia descuidada de cualquier reunión, la esperanza del amor sin el celo.
  • “En busca del tiempo perdido” menciona brevemente, en cada tomo, a “Las mil y una noches”. La referencia no es accidental. El Narrador (Quizás llamado igual que el autor del libro: Marcel, según el tomo 5) cuenta historias de príncipes, princesas, burgueses, mercaderes, judíos al hilo, como Scherezade a un lado de la cama del rey. Que precisa manera de ofrecernos la posibilidad de la memoria como un cuento necesario para conservar, preservar la vida. La memoria es un vehículo de posibles mentiras para mantenernos entretenidos, vivos.
  • Se me ocurre que hay una idea por cada tomo. Actualmente estoy leyendo el tomo 5: “La prisionera”. La quinta parte de la novela bien podría ser una construcción acerca de los celos, una radiografía del celoso y sus motivos, sus arranques aparentemente salvajes por mantener al amado prisionero. Aunque el Narrador habla de los celosos (Swan y Saint-Loup) en los primeros tomos, descubres que aquello es una preparación para llegar a este libro y volcarse por completo en la pasión de los iracundos por mantener al amado a su lado. Otra cosa, y es algo que no recuerdo bien: ¿No hay en “Las mil y una noches” una versión del cuento del ruiseñor enjaulado?
  • El segundo tomo (quizás el tercero también), es una radiografía del chisme, por un lado la burguesía y por el otro la agonizante aristocracia. Sería injusto dejarlo todo para el chisme, también se trata de los modales, de como contar una anécdota, un manual de comportamiento que se debe tener frente a los príncipes, a las condesas, a los barones y las duquesas.
  • Mis subrayados de estos libros son breves, muy espaciados. Aunque me gustaría subrayar cada pedazo de verdad y cada pedazo de belleza, mejor me ocupo en releer los libros. Esta vez, cuando siento que no pueda dejar un fragmento ir, detengo lo que estoy haciendo para rayonear en el Kindle. Conservo fragmentos donde habla de los sueños, la memoria, las voces fantasmagóricas del teléfono, las mentiras de los aparentes inocentes, pequeñas joyas. Cuando termine el séptimo libro, quizás haga una anotación con los fragmentos que subrayé.
  • Todavía pienso en la revelación, la búsqueda de perdón, de Elstir. Los artistas que maneja el Narrador y sobre los cuales los personajes siempre están tropezando para comentar sus obras, cada uno representa un arte: Bergotte el escritor, Elstir el pintor, Vinteuil el compositor y la actriz, cuyo nombre se me pasó (y es raro… la actriz no ha vuelto a ser mencionada, aunque provoca un profundo despertar artístico en el Narrador, al final del segundo tomo). Quizás me sorprenda con ella en los siguientes tomos, quizás deba detenerme a buscar esa parte y asegurarme de que no ha vuelto a aparecer.
  • Leer “En busca del tiempo perdido”, lamentablemente, a estas alturas, es para lectores que se toman su trabajo en serio, para gente entregada a los libros, a la literatura, al arte. Es para gente que entienda la importancia, el compromiso, de entregarse a siete libros espesos de 500-700 páginas y párrafos intimidantes, llenos de nombres, eventos, pequeños chismes e historias. No cualquiera puede atravesar los primeros tomos para rendirse al deleite de Combray y, a la vez, no es tan difícil como lo hago ver. Es posible deleitarse con la saga de Combray sin importar tu pasado como lector, quizás lo difícil es tener las ganas de desearlo. El deseo, como muchas otras cosas, es un trabajo, un gusto adquirido, un amor, un regalo o una recompensa que toma por sorpresa después del trabajo.
  • Hay una película francesa basada en el trabajo de Proust. Dice el internet y sus reseñas que no es muy buena. Lo único que me entretiene es que John Malkovich es el Baron de Charlus. Me divierte mucho pensarlo en el papel y, de vez en cuando, mientras leo, me lo imagino a él. Definitivamente el casting es correcto.
  • Existe la posibilidad de que el lector, y su ánimo lúdico, lo inste a leer los libros en el orden que quiera, o que lea sólo los primeros tomos, o solamente los últimos, o solamente el medio. Con estos libros no me imagino el resultado de tal camino (es más, hasta casi estoy dispuesto a decir que sería una barbaridad, casi, porque al final del día, soy un ferviente partidario y defensor del: “haga de su culo un papalote”). Lo que puedo asegurar es que, sin los primeros dos tomos, el quinto libro no se disfruta igual, así como el cuarto no se disfruta lo mismo que sin el tercero. La acumulación, el hilo, la unión de las historias, el hombre que cuenta sus recuerdos en el orden que él mismo escoge para que el rey (el lector) no lo mate, es algo que, sugiero, debería respetarse.