Inicié el año con Borges y con Ende. Desperté el viejo impulso de escribir un libro infinito. Este sólo es uno de múltiples deseos. Mientras leo a Borges, no me queda duda de que Ende era su lector. Laberintos, bibliotecas interminables de libros, espejos que descubren pasillos a otro lugar, el encuentro consigo mismo (y afuera, un Narrador divertido y elegante, siendo testigo de todo como un dios caprichoso). Algún día escribiré el primer capítulo de ese libro y aunque hablar de Borges es, de nuevo, la exploración del juego, de los espejos, de los problemas lógicos y del ajedrez, hoy no me puedo quitar de la cabeza los gritos del pájaro y esos gritos, quizás, es algo de lo que Ende carece. ¿Por qué los pájaros de Borges gritan, en vez de trinar? ¿Será una forma de cambiar el sonido a un ruido? ¿Es una advertencia, un eco, de que la historia está cambiando en ese preciso instante? Cuando los pájaros gritan, no puedo evitarlo, imagino a cuervos que graznan. Graznar no es lo mismo que gritar pero…, sí, pero. Probablemente es la violencia de la imagen, y del sonido. Hay un pájaro en mi cabeza, el pájaro negro de un desgracia, o uno de los mensajeros, abre su pico tan amplio que casi se parte en dos, asusta la inquietud de sus ojos y después viene el grito, una firma muy adecuada para un hombre violento como Borges, sus personajes siempre se están apuñalando, o disparando, o caminando piadosamente a la locura, dispuestos a inmolarse, su destino no puede ser otro.