Personalmente creo que exagera. Es decir, ¿cómo lo digo?, ¿necesito explicarlo más? Sí, pero mírelo, gordísimo como el mundo, sentado sobre algo que parece una silla de cuero, fumando cigarrillos que seguramente no le hacen nada por el tamaño de sus pulmones, y de su corazón (es una concepción errónea, no me crean mucho, entre más grande el corazón más rápido se muere uno. Eso suena correcto. Todo debe tener su justa dimensión dentro del cuerpo). Escúchelo decir: “No tengo nada contra las gordas, ni contra las malencaradas, mi problema es cuando van juntas, ¿entiende? Lo voy a decir más fácil: las gordas malencaradas me chocan. Me parten el alma, y, vea, no es fácil partirle el alma a un hombre como yo. Justo anoche se estacionó una gorda malencarada a mitad de la banqueta para que su amiga, la delgada bonita, bajara e hiciera pasarela para llegar a la entrada de su casa. Entonces, ¿por qué no? Lo que faltaba. Dice la delgada bonita, y nadie se mueve por temor a interrumpir la conversación—. Está en su momento, déjale, ya recapacitará pero si puedo serte honesta, aquí, y ahorita, su problema es el cabello. Si lo deja crecer más, toda la gente se tropezará con él para llegar a casa y ¿cómo hacer eso? ¿Te imaginas? Es como permitir que algo de ti se vaya para todos y para todas partes. Pasa un desgraciado y, justo en ese momento, se le enreda uno de los cabellos enormes que no se atreve a cortar. De alguna forma ha cambiado algo en el mundo de ese muchacho, lleva un pedazo de una persona que desconoce, a la que no quiere, ¡y no por su propia voluntad! ¡Bueno fuera que supiera! Deberían tatuarle una cláusula en la espalda: Me llevarás contigo aunque no lo desees, aunque no lo imagines, mi cuerpo ha modificado tu cuerpo, mi cuerpo ha cambiado el camino de tu cuerpo, mi cuerpo también es tu cuerpo”.