Algún escritor, creo que Dostoievski, dijo que podías conocer a una persona a través de su sonrisa. Mi perra, Nico, sonríe de alguna manera (aunque no es una persona). Cuando está acostada, envuelta en sus arrugas y su tranquilidad, estiro sus cachetes colgantes hasta descubrir sus dientes y muestro la sonrisa artificial e incómoda a Sol, o a mis amigos. Miren lo feliz que está, digo, mientras muestra todos los colmillos y nos reímos, porque esa sonrisa es lo menos fiable, lo más forzada, que existe. Generalmente me apena sonreír, no sé por qué, es un placer que disfruto en soledad pero que no acostumbro en una habitación, a no ser que esté con gente muy íntima. Me transporto, inevitablemente, al recuerdo de la sonrisa de algunas actrices y modelos. ¡Cómo les facilitaba las cosas con una sonrisa en el momento indicado! No es necesario enseñar piel para obtener mínimos favores, una simple sonrisa basta. En mi familia somos de carcajadas explosivas, y sinceras, después de todo un día de seriedad y navegar en reflexiones, en el pasado, en el remordimiento, los arrepentimientos. La sonrisa de Sol tiene algo que me desvanece, me desarma, y debo evitarla si no deseo cederle todos los placeres, todos los caprichos, todo el amor que puedo ofrecerle, porque a veces no puedo darlo. Así soy, me guardo algunas cosas, me lo guardo todo, me guardo dos o tres secretos. La sonrisa de Marilyn Monroe, después de Norma Jean, es de una tristeza envidiable, parece que esconde en ella una sabiduría divinal y erótica, ¿cuántos secretos habrá puesto atrás de los dientes, del labial rojo y de los ojos a punto de llorar? La sonrisa lasciva de Lindsey Lohan, en la escena de la orgía, esa que me imaginé, cuando leí el artículo de Times acerca de “The Canyons”. La sonrisa de Ezequiel, con sus ojos pequeños (una chispa muy débil), cuando pedía que le ayudara a entender alguna cosa y ya estaba tan acostumbrado a ella, que le respondía con largas, además del montón de trabajo en las espaldas no quería negar un favor, sentiría que eso me ganaría un pase al infierno. Esas sonrisas infantiles y salvajes, esas que parece te van a tragar.