El pinche responde a su pinche condición de maneras diversas. Esto es lo que piensa Mateo, puede imaginar que lo anota o bien, puede imaginar que lo suyo es un ruido interno que ha repetido durante décadas:
Es una trampa. La felicidad fácil no existe. El trabajo duro y soportar la humillación para alcanzar el paraíso es la única forma de redención en éste mundo jodido (La Mansión, La Fiesta Perpetua o El Mundo De Allá Afuera). Eso es lo que quisieron enseñarme.
¿Quién? Filomena, Colette, los carniceros multiplicados de rostros ocultos o los “turistas” avergonzados que tragan tanto como éste mundo se los permite. No, no pudo ser alguno de ellos. Cuando me trajeron aquí, me dijeron que formaba parte de un juego. Suplo un papel que nadie quería, y nadie quiso, en mucho tiempo. La comida, matar aquello que se convertirá en comida, atender a la gente de rostros misteriosos y la gente aburrida que los atiende sin el consuelo de otras pasiones; todos somos piezas de un orden cuyas reglas aún no han sido reveladas. Por lo tanto, me atrevo a pensar, con esta escoba en la mano, que hay un papel distinto que nadie más ha descubierto o si lo han descubierto, tienen miedo de hablarlo.
Afuera de esta existencia rutinaria debe haber un dios.
Pero me da miedo pensar en un dios así. Por otra parte, me gusta pensar que soy parte de otra cosa, el resultado de unas manos ociosas, necesitadas de escapar a el tedio. Quizás soy un actor (un personaje) dentro de una pintura, una obra teatral, un libro o un videojuego. Alguien está guiándome por éste camino. Esto cobra sentido si, como pensé antes, el camino trazado guía hacia una moraleja. Soy un cuento, uno simplón quizás. Si soy eso, entonces puedo creer que soy una criatura de papel que vive a través de los ojos de otro.
En el caso de aceptar mi condición de ser una criatura de papel, aún cuando un dios haya planeado mi desdicha a través de escribir mi infelicidad y mi maltrato en este lugar maloliente, con el moho atravesando mis uniformes y mis poros, hay otro dios, hermano del primero, más rapaz, el cual a través de sus acciones sobre mi historia, según las reglas dispuestas por la cosa que tenga entre sus manos, en su imaginación provocada por mensajes y sensaciones mutiladas, recrea mi existencia desdichada.
¿Y si no lo hubiera hecho? Quizás hubiera perdido la oportunidad no sólo de la desdicha, sino también de la felicidad. Estoy aquí, y me atrevo a pensar esto porque quizás existes, gracias a que tú imaginas. ¿Puedo hablarte de tú? Sí, creo en ti. Tú eres el báculo de mi felicidad y mi desdicha. Tú me has puesto en el camino para escoger cualquiera de ambas.
Sin embargo, como un condenado al destino ya grabado en ciertas hojas; el camino recorrido, a pesar de sus facilidades y desatinos, sólo me puede llevar a una opción entre la felicidad y la desdicha. Miro en el espejo mis arrugas, muchos se han muerto ya, la gente ya no importa y aún si importara, no pueden hacer otra cosa con un pinche (según el juego) que humillarle. Dime tú, si es que me oyes, al final: ¿qué has escogido, de todos esos caminos, para mí?
No respondas.
Prefiero no saberlo.