Cuando entró por la puerta principal, Mateo estaba seguro de que no estaba preparado para los trucos, los designios, las trampas que podría encontrar en el Sector A3. Nadie le había advertido que las cosas serían así de terribles o así de maravillosas. Se palpó el pecho porque sintió como la taquicardia consumía su equilibrio y su visión. También sonrió, porque nunca imaginó que en sus años de vida encontraría un lugar así. La fiesta perpetua era una acumulación de sorpresas. Una larga escalera que, si esto seguía así, terminaría revelando el enigma más grande del mundo: qué pasa después de un largo viaje; cuál es la verdad de lo que pasa al cerrar los ojos y entregarnos al descanso definitivo.

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