A esa velocidad y por culpa de tu fuerza descomunal, el hombre empieza su vuelo contra el parabrisas. Puedes ver, en cámara lenta, como los cristales se rompen y como él sale disparado, con los brazos bien juntos al cuerpo y su cabeza torcida, mirando al frente, igual que un clavadista rompiendo las aguas en las repeticiones Olímpicas o una bala penetrando el corazón de una carta. Aprecias su rostro, una curiosa combinación entre lo terrible y la paz de aceptar lo inexorable, en un momento, envejecer y comprender en nanosegundos verdades que necesitan décadas de fermentación. Casi no puedes creer que tengas tiempo para esto. El tiempo apremiaba hace unos segundos y ahora, por tu falta de decisión, has provocado un accidente y roto el destino de un hombre. Aprietas los dientes, te frotas las manos, no tienes más tiempo que perder o no podrás perdonártelo nunca.

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