El lector está ocupado con uno de sus delirios carnales. Este delirio puede ser Brad Pitt, Mónica Bellucci, Silvia Pinal o Nicola di Bari. No nos vayamos tan lejos: quizás es la vecina de la casa de a lado, el mecánico de confianza, un abogado guapo que alguna vez le ayudó a cambiar una llanta o su contadora. Está pensando en irse de copas con esa persona o, mejor aún, en vez de pensar, en su imaginación ya lo hizo: por fin le invitó a salir y ahora se están divirtiendo, mientras el compadre hace todo lo posible para rejuntarlos esa noche. Esto último no es necesario porque el lector, sabio, sabe que no necesita de artimañas para que, en su imaginación, todas sus fantasías se cumplan y las bocas quepan en los sexos, las manos en los huecos, las pieles en las lenguas, los ombligos en los ombligos, y así indefinidamente con todas las partes del cuerpo, incluso las que poco se nombran en las cuestiones amorosas como la mollera, los nudillos, los omóplatos, el hígado o los callos. No piense, de ningún modo, querido lector, que esto es una distracción.

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