Texto
160 páginas después, me sentí agotado física y anímicamente. Para mi cuerpo, fue la escritura más intensa que he vivido. Además no se trataba de una novela, sino de un libro de cuentos que exigía diversos giros y una divertida exploración de géneros. Sí, divertido, pero qué cansado. Durante ese periodo viví ataques de ansiedad, dejé de fumar por unas misteriosas taquicardias que me atacaron y me descubrieron el colesterol y los triglicéridos altos. Hoy, todavía, algunas veces me falta el aire si pienso demasiado. Ese año también entraron a robar a mi casa y me costó mucho trabajo recuperar una noción de seguridad. Sol viajaba mucho por cuestiones de trabajo. Me quedaba solo durante semanas, a veces meses.
De la ansiedad: no me pasó lo mismo cuando, a mis 27 años, dejé el DF y una semana antes me asaltaron. Cuando alguien penetra tu casa es más íntimo, más desesperanzador, más horrible.
Hipertexto
Cada inicio y cada final, cada párrafo se convertía en una oportunidad, una obligación de exprimir otro rincón de mi propia imaginación. No sólo la vida fue dura pero también mi búsqueda de imaginación. Ambas, por situaciones extremas, se vincularon y la dificultad aumentó considerablemente. Normalmente tengo espacio para imaginar, incluso para ser ocioso con mis descubrimientos. Tengo carta abierta para jugar y romper. Esta vez, sin embargo, el texto se convirtió en mi propia salvación. No abandonarme a la normalidad de la vida, a lo simple y lo rutinario, sino salvarme de mis propias y pequeñas desgracias: la soledad, el robo, la ansiedad. Nunca había escrito de esa manera. Ahora que estoy alejado, sólo un poco alejado, puedo mirar por la ventana y pensar que, sí, una vez más, escribir salvó mi propia vida.
Mateo sufre tanto en sus múltiples vidas porque la única salvación para ambos era sacrificarlo una y otra vez en la historia, ya fuera oscureciendo su alma ingenua y limpia, ya fuera rompiendo su oscuridad con la visión de una muchacha en bicicleta.
Metatexto
No quise abandonar a Mateo así de pronto pero era necesario. Un año de escritura continua requiere, lo he comprendido, un descanso extenso. El proyecto, el libro de cuentos, la novela aventurera, el género disperso… bueno, ese monstruo, todavía necesita reposar. Hoy tuve el placer de escuchar a unos muchachos, gracias a un amigo mío, hablar de Mateo para convertirlo en un libro que rompe con lo físico y lo deposita en otro tipo de espacio imaginario. Las ilustraciones me parecieron un deleite y los caminos de texto se transformaron en ramificaciones digitales.
Sí, quizás es estimulante ver la interpretación ajena de una creación propia pero también me pasmó, bajó un poco mi guardia y recordé un poco, sólo un poco, lo agrio de aquellos días. Pero también quiero confesar otra cosa: todos los días pienso en Mateo, pienso en escribir algún otro camino que dejé pendiente y como una diversión propia, íntima, escribo un libro que se pretende infinito (no lo será, pero así se pretende) y goza, como una bestia burlona y soez, que difícilmente habrá de ser terminado. Gracias al tiempo, he aprendido a identificar mejor mis tiempos de respiración, cómo la creación influye en mi vida como un espíritu con sus propios caprichos, su propio ritmo y su presencia definitiva sobre mis cosas: mi teclado, mis libros, mi control de videojuegos.
Estoy vivo gracias a ese espíritu y ese mismo espíritu es quien habrá de cobrarse con mi vida.
Eso está bien.