Como un chiquillo

Encuentro algo reconfortante en mirar episodios de los Simpsons. Son voces familiares de la niñez que todavía resuenan. Ahora entiendo mejor el pequeño escándalo cuando la cadena de televisión avisó que planeaban cambios drásticos en cuanto al doblaje de voz. Los Simpsons depende de ello: su popularidad está en los tonos, los juegos regionales, la improvisación de los actores. Qué se yo. Hay gente que tiene más arraigado ese sentido simpsoniano que yo. En aquel entonces, cuando el fin de las tardes y los deberes los marcaba una caricatura que solía ser deliciosamente humorística, absurda y transgresora, quizás no había nada mejor qué verla una y otra vez y memorizarse los diálogos, tal como lo hacían los pueblerinos cuando Shakespeare pronunciaba su espíritu en las calles.

No sé exactamente cuando dejé de verlos 

Simplemente los abandoné, quizás fue por el trabajo o por la escuela. Sacrifiqué mi tiempo de ocio amarillo por otra cosa: no mejor pero definitivamente necesaria. Hoy, mientras como o mientras ceno, veo dos o tres capítulos y a partir de la quinta temporada, hay algunos que ya no recuerdo o que definitivamente no he visto. El capítulo del elefante, por ejemplo, uno de los más malos y fue como ver a un completo extraño. Todavía no ha disminuido significativamente la calidad pero he notado como cambiaron el discurso: en vez del absurdo y del elemento familiar, ahora es más común encontrar parodias de alguna película. Los Simpsons asumieron su papel arquetípico y ahora son piezas, juguetes, que alguien maneja para representar un teatro. Y no sólo sobreviven gracias a eso, sino que aumentan su popularidad. Cuando era chamaco me daba gusto que podía reconocer las escenas de algunas películas recreadas con los gestos de Homero, de Bart, de Skinner, de algún otro amarillo de cuatro dedos. Quizás por eso eventualmente empecé a odiarlos: mi tiempo, dominado por el trabajo y por otros problemas, me alejaron de Springfield. Y Springfield siempre parecía, aunque estúpido, bien actualizado en la cultura popular. Soso Springfield me hacía sentir soso. Aunque tenía poco tiempo libre, a veces podía ir a una que otra reunión y eso se convertía en un pequeño martirio, a veces todavía lo es: alguien mencionaba los diálogos de algún episodio que no podía recordar e inevitablemente me aburría.

Transgresor transgresor

Los ochenta y los noventa, en televisión, se cansaron de la libertad sexual y dejaron de tratar el tema. Creo que, eventualmente, para las familias televisivas americanas de aquel entonces, coger era un suplicio y una tortura (sólo para los casados, en cambio: lo prohibido, la doble moral, los fetiches y las parafilias se abrieron como una posibilidad entre personajes de varios tipos y dimensiones, claro, siempre y cuando no tuvieran una argolla). Según la televisión, uno se casa para aburrirse de la pareja. El sexo adquiere una dimensión de obligación marital. Entre más hijos tienes, es inevitable la despedida de una vida sensual y rica. Así extendieron el chiste tanto como el chicle lo permitiera. Basta con ver uno de los programas clave (tanto que duró diez temporadas) que sentó las bases de la comedia de parejas: Married with Children. Por otra parte, las primeras temporadas de Los Simpsons se burlan frecuentemente de Al y Peggy Bundy (he visto, al menos, unas tres o cuatro referencias) y en un afán por separarse de esa familia televisiva decadente, los Simpsons empezaron a exhibir un interesante e incluso curioso deseo sexual entre Homero y Marge Simpson. Claro, ya no estoy chavo, por fin entiendo el doble sentido y el lenguaje conyugal. Y entenderlo me descubrió otra dimensión dentro de la caricatura: el deseo sexual entre Marge y Homero está siempre latente, a punto de suceder o de suceder otra vez (cuenten, por ejemplo, en cuántos capítulos Marge Simpson duerme desnuda). Quizás eso explica por qué Marge Simpson apareció como la portada de Playboy. Detrás de ese vestido verde y debajo de esa larguísima cabeza azul, hay una promesa, un misterio, un impulso erótico. Homero vive, aunque nunca lo hace explícito, con Jessica Rabbit.