Me han quitado un peso de encima

Así me siento. Todos los días, cuando despierto, evalúo cierta discusión y pienso que finalmente me quitaron un peso de encima. (Así me siento, repito, sin un animal muerto sobre los hombros y ya no debo cargar con él mientras camino mis 7 kilómetros diarios y ya no tengo que pensar en la soledad de los otros y cómo le harán para salir de su capullo conveniente y terrible porque en algún momento, bueno, después de lavar los platos, también sentí que era mi responsabilidadalgunas veces me pregunto si su juego era un poco cruel y buscaba legarme una responsabilidad que la terminó matando, que yo debía tener alguna solución a todas esas cosas).

Desde entonces ya no siento una opresión en el pecho y que las cosas van a estallar. Enloqueció quien debía enloquecer, la tierra se tragó a quien se quiso tragar y puedo respirar porque ya no soy ningún mensajero, ningún intermediario, y el bienestar de ciertas personas ya no depende de un eterno (y retorcido, debo admitirlo, pero retorcido nada más en un aspecto metafísico) balance en el que ponía las cosas.

Bueno, ya no dependía de mí desde hace mucho tiempo pero aún así faltaba un quiebre en mi vida que curara mi ceguera.

Las cosas caen por su propio peso

Un consuelo de pendejos, de ilusos, de optimistas tenaces y de eternos enamorados. Lo obvio como una verdad que describe la importancia del balancín espiritual entre el cielo y el infierno. Las cosas que caen por su propio peso en realidad son una acumulación de errores que finalmente “alguien” se cobraallá vas otra vez. ¿Quién? No sabemos, quizás Dios o quizás el diablo o un depredador que miró con ternura y paciencia a su peor enemigo¡Qué es... Japón!.

Yo, muchas veces, he dicho como un consuelo para mis amigos la misma frase: “Las cosas caen por su propio peso” porque además de cierta dosis de cinismo (de las últimas palabras que dijo mi madre acerca de mí en el teléfonoEl peso de otra mordida que durará años) soy un pendejo, un iluso, un optimista tenaz y un eterno enamorado. Eventualmente, después de unas decenas de años, es preciso cansarse de buscar justicia y dejar que las piezas se acomoden solas. Bueno, pero hay algunas que puedes tirarlas con un dedo y ¿por qué no? Estarías loco si no empujas para ver cómo se mueven las cosas.

La pesadumbre

Compré un libro que contiene un catálogo de aves cholultecas. Hojeo, memorizo colores, rasgos y después miro por la ventana para ver con qué me encuentro. El peso de las plumas y de las piedras. Los zanates, los cuervos, las grullas y las aves de rapiña. La otra tarde, mientras miraba el televisor, me detuvo algo que miré por el rabillo del ojo. A unos cuántos metros, un ave rapaz sostenía el vuelo, estática, esperando el primer error de su peso. Entonces el ave se dejó caer, adquirió una súbita consciencia de su peso (su existencia) en este mundo. Quizás un animal muerto sobre los hombros sólo reemplaza a otro.