Alcanzar las 400 partes por millón de CO2 en la atmósfera, según uno de los científicos, era cuestión de tiempo. La humanidad se empeñó en romper su propio planeta desde la revolución industrial. No fue una decisión consciente de nuestros padres y tampoco de nuestros abuelos, sino una acumulación de errores, de ambiciones y necesidades. Era inevitable el gusto y el placer no sólo de habitar el mundo, pero apropiarnos de él.

La angustia: nosotros, los pequeños individuos, sólo podemos hacer pequeños y bondadosos gestos, y creer en la falacia de que muchos pequeños hacen uno grande. Podemos enfocarnos en nuestras tareas individuales y olvidar a nuestro vecino, nuestra familia, nuestros amigos. Podemos negar el entretenimiento, los gustos y bajar el lujo a ciertas necesidades para que “nuestra huella de carbón” (un bonito gesto que le escucho más a los gringos que a cualquier otro) tenga menos impacto en nuestra “madre tierra” (quíhubo).

Por patriota, me gustaría decir que los mexicanos tienen mucho con qué contribuir para salvar al mundo, pero la verdad, los únicos que tienen dinero en este país han tomado otras decisiones, como la acumulación, el asesinato y la perpetua guerra por ver quién la tiene más grande. Quizás un historiador sepa cuando se rindieron los reyes de este país, cuando decidieron que estábamos en ruinas y llevan, desde tiempos inmemoriales, partiéndolo en pedazos, aún cuando somos testigos que está lleno de vida, está lleno de verdes y de animales y de cielos vastos e infinitos.

Vámonos a Marte. Ah, no podemos. Los únicos con planes de ir a Marte son los gringos, los grandes consumidores, los mejores créditos y los mejores trabajos, según el American Dream. ¿Oyen eso? Es otra Ted Talk que nos enseña a ser trabajadores más productivos y felices. ¿Oyen eso? El progreso mexicano sigue rascando sobras de la basura en espera de que alguno de nuestros cientos de políticos tenga un poco de consciencia. ¿Oyen eso? Es un taxista, en la Ciudad de México: “Ese Elon Musk lo pierde todo si no nos lleva a nosotros. Con una cadena de bici arreglé el motor de este vochito (por enésima vez) y ya lo ve, así como lo oye, parece nuevo, mae. Es que el ingenio mexicano, el ingenio mexicano, el humor y el ingenio mexicano”. A estas alturas, lo único que se me ocurre, es echar una moneda y ser feliz con lo último que nos queda.