Hace unas semanas, escribí cómo el perrito diminuto se había convertido en un guía onírico de parajes cotidianos y también extraños. Era de los perritos laberínticos cuya nariz prodigiosa encuentran caminos verdaderos y falsos, y se guían únicamente por los olores y lo que esos olores podrían representar en su memoria inconclusa. En mis sueños, el perrito caminaba recto, sin distracciones, el pecho erguido, como si nuestro propósito fuera cazar a un mastodonte. Quién iba a pensar.

Así caminaba conmigo cuando recién me mudé a Cholula: fuerte, atento, dispuesto a llevar el alimento a casa, dispuesto a matar por él. Killer, el asesino. Era una cosa de risa. A un perro de su tamaño, era evidente, cualquier cosa podía matarlo: un mal aire, un tecolote hambriento, un arbusto mal enraizado. Una patada era suficiente para sacarlo de la órbita terrestre. Pero él no estaba consciente de su propia mortalidad gracias a un ánimo napoleónico, quizás genético, quizás bien entrenado. Pienso que gracias a ello, lo mató el tiempo.

Dormir al perro. He pensado, desde que lo inyectaron, que nadie es así de piadoso con un ser humano. Un ataque vascular, según el veterinario, y Killer perdió la mayoría de los sentidos. No oía, no veía y sobre todo, no ladraba. El silencio en la casa era extraño y cruel. Caminaba mal, en círculos, tratando de encontrar cualquier trayecto (o quizás se rompió, como un androide en alguna novela de ciencia ficción). El viajante onírico, o bien, como solía suceder en los caballeros del zodiaco, a su edad de muchacho (14 años), perdió los sentidos en una batalla para despertar el sexto sentido y encontrar la verdad sobre la cosmoenergía. Ulises, el vivo, saluda a Aquiles en el inframundo y Argos, viajero del tiempo, lo mira por detrás de unos arbustos cenizos, grises. Mi esposa lo cuidó durante una semana que son años en el inframundo, después de todo, era su animal guardián.

La piedad no es para terminar la vida de los hombres. Es nuestro deber soportar el ancho de nuestro tiempo particular hasta que algún dios piadoso invoque, de algún modo, a la muerte y ni en eso tenemos el lujo de escoger. No siempre. La muerte se toma su tiempo. Por eso podemos dormir a los perros (los dormimos, que bello suena), por eso los llevamos a descansar cuando ya están rotos.

El espíritu de los animales se apropia del espacio. Una vez que el perro ha atravesado al otro lado, reminiscencias de su presencia hacen eco por los espacios vitales de la casa. Escribo esto y en cualquier momento espero escuchar el ritmo de sus patitas sobre la duela cuando entra a la habitación y luego mirarlo indeciso, extraño, hasta que decida tirarse sobre una cama perruna que le queda demasiado grande.

Tuvo la costumbre de acompañarme mientras escribo. Los primeros años fueron difíciles, porque fumaba conmigo, ambos nos consumíamos en el fuego y nos hacíamos ceniza. Y mientras yo hacía pausas para respirar y hacer como que miraba el texto con la pose de un escritor astuto, uno de los últimos cowboys, él empezaba a toser como un viejo decrépito, haciéndome sentir culpable por el humo de segunda mano y la nicotina que necesitaba nuestro cuerpo. Eventualmente lo dejé y él dejó de toser. A veces se acostaba sobre mis pies, comodino y canalla.

Empecé a soñar con él más a menudo porque en los últimos años, después de la comida y antes de la siesta, el perro despertaba doquiera que estuviera echado y me seguía con la mirada mientras yo subía a la habitación. Parecía reloj. Me perseguía animado, joven y optimista como si fuéramos a salir de paseo. Mentira. Pero ya lo sabíamos, era parte de nuestra rutina. Entonces me ladraba para que lo subiera a la cama. Uno de mis apodos para el Killer: el boca chueca, bocina descompuesta. Entonces ambos nos acomodábamos, espalda contra espalda y por una conexión brevísima entre hombre perro y perro hombre, juntos, atravesábamos una puerta. Él ya me estaba esperando en el otro lado. Navegantes del sueño. Me gustaría pensar que cuando muera sentiré el calor de su lomo contra mi espalda. Espero, también, que sea uno de los perros que me espera en el otro sueño.

Publicado originalmente en La Jornada Aguascalientes.