Dios no es dios: en un capítulo de La historia interminable, Atreyu y Fújur platican de Bastian y La emperatriz infantil. En una fogata, de noche, como los 40 ladrones de Alí Babá cuando se conchabaron y decidieron, brillantemente, esconderse en las ollas de aceite para matar a un solo hombre. Hablan de noche y todos escuchan: el héroe, el salvador, dios y el dragón. Atreyu, habiendo pasado toda clase de aventuras y desgracias para abrir la entrada en el mundo de Fantasía, es un poco más sabio pero no por ello más viejo o más prudente y sugiere a Fújur que La emperatriz infantil es una “tres puntos” por usar a Bastian igual como lo uso a él, en el pasado (aunque Atreyu aceptó la carga de ser el héroe), de esa manera.

Tres puntos: siempre me he preguntado si esos tres puntos existen en la versión alemana o si es una delicadeza de las traducciones. Los tres puntos son los granos de arena que ha separado un obsesivo. ¿Qué es la emperatriz infantil sino el ser supremo de toda Fantasía? ¿Qué es la infancia sino sinceridad, destrucción sin remordimientos y un dominio total sobre el mundo imaginado? Quizás la nada son los tres puntos. De niño, cuando los vi por primera vez, empecé a fijarme en su uso. Siempre parecían la pausa de un detective dedicado o de un idiota. He visto como gradualmente han desaparecido, víctimas de una guerra encarnizada en contra de la ambigüedad y en pos de la elocuencia. Ah, pero el amor, esa palabra…

Los perros ladran: si uno es paciente, siempre nos encontraremos al primer licenciado que use una frase apócrifa del Quijote para hablar de las envidias que lo detienen, lo atacan y lo someten. Los perros nunca ladran en la novela del Quijote. Señal de que seguimos avanzando en esta mentira, quizás cortesía y placer de Pierre Menard. Admito que me da una neuralgia cada que escucho la frase y tengo que hacer acopio de toda mi fuerza para ignorarla. Ya váyase a dormir, tío. Pero también agradezco a los perros porque Proust los menciona como un viejo enunciado moro y a su vez, se suelta hablar durante días de las mil y una noches. Sancho, al final, no sabe para quién trabaja.

Has perdido el control: por alguna extraña razón, en un grupo de Whatsapp han discutido estos días de un cuento de Cortázar, “No se culpe a nadie”. Un hombre lucha con un suéter. O eso creíamos. Al parecer lucha con su mano. Recuerdo en mi primera y lejana lectura de aquel cuento que nunca creí que la mano o el suéter fueran un recurso fantástico, pero que el hombre, de manera realista perdió “el control”, igual que lo pierde alguien que un día enloquece pero no entiende su locura. Es decir, no es el control de su cuerpo o de la física del suéter, pero “el control total de su vida”. Oye nomás la fortaleza de esa frase. BoJack Horseman descansa en el pasto y el mono milenario se acerca a darle un consejo: tienes que hacerlo un día a la vez, un poco todos los días. Correr, alimentarte bien, mirar a tus amigos crecer en Facebook, observar el paso de los trenes. Pero el control, esa palabra…

El realismo fantástico: no digo que haber perdido “el control” elimine por completo los rasgos fantásticos. Pero tampoco los elementos fantásticos pueden borrar la oportunidad de tomar una ficción como una posibilidad, una realidad alterna que corre en una computadora cuántica en manos de dios simulación. Que el cuerpo esté en riesgo de una taquicardia y un ataque de pánico te haga caminar durante kilómetros en los terrenos abandonados de Cholula no quiere decir que estás exento de los abismos que te llevarán con los duendes, los tlacuaches, los gordos barbones que escriben que la noche es oscura y está llena de terrores. La obsesión, igual que otros métodos amables, también es una entrada a cambiar el mundo de maneras imprevistas. Entre gentes nos entendemos pero la verdad es que ninguno quiere saber cuánta locura se gesta, se ha gestado o se estará gestando, en la cabeza del otro. La locura es el alma.

Un sueño de arena: la otra vez soñé con un libro apócrifo de Arreola. Lo dejé enterrado en un sueño de arena. Arreola, en una versión alterna, en el pasado, mientras paseaba en una playa donde ocurrían cosas raras, encontró ese libro y comenzó a leer. O eso intentó. Los puntos negros, los caracteres, las letras como granos negros de arena. Estamos lejos de comprender los desiertos de mundos que parecen el nuestro pero no lo son. Sí, eran sus palabras, eran sus puntos, sus frases breves y elocuentes pero no entendía el lenguaje. Aunque había algo familiar en la brevedad de los cuentos y el acomodo de los párrafos y el nombre del autor, los granos de arena nunca dejaron de caer. Somos consecuencia de los primeros cristales. El verdadero verbo es la luz.

Publicado originalmente en LJA.