No quiero decir que estoy devastado aunque probablemente voy para allá. Devastado como señora de Televisa. Acostumbro a dejar los sentimientos de lado y en general me gusta razonar lo más posible, buscar y anticipar acciones, antes de encerrarme a chillar (o reír, ya estamos aquí, por qué no). Lo que tengo todavía no tiene nombre pero algunas de las opciones son poco amables. Puede que chille mañana, puede que lo haga dentro de dos meses, por lo pronto estoy en la etapa de evaluación marcando las casillas. Soy mi propio jefe corporativo, gerente y obrero. Piensa en las ganancias, muchacho.

Toda la noche pensé en el poder de la mente, en sus misterios relacionados al cuerpo y su bienestar. Cerré los ojos, respiré profundamente y como si fuera un ingeniero de mi propia biología, una especie de súper héroe o genio-shamán privilegiado, traté de visualizar el dolor que tengo en el pecho y quise deshacerlo poco a poco, como si se tratara de deshilachar una cuerda, un tejido. The yes-man y el hipnotismo a distancia. Hebras de mí mismo separadas de la carne, de los órganos y el pensamiento. Media hora después me quedé dormido. Neurocirujano autonarcisista. Quíhubas. Leer a Deleuze hace daño.

El dolor sigue ahí. No es intenso, es un dolor bajo, a veces moderado. Parece la característica habitual de algún personaje de novela rusa, clásico, el tuberculoso sumergido en el frío, un atributo de lo más común que sirve para recordarnos la fragilidad del escenario y la presencia de la enfermedad, a veces la muerte. Toso, cof y no puedo disimular la sonrisa. Qué tonto. Esto me está pasando, pienso, y la revelación del martirio un día después de mi cumpleaños. No quiero ser pesimista (¡cómo!), pero desde hace mucho tiempo el día de mi cumpleaños ya no es mío (más allá de la obvia conexión con mi esposa, sin clavarse, pues), desde que soy niño, quizás. Me estoy preparando mentalmente para todos los clichés trágicos que se avecinan.

No puedo dormir de lado porque siento como si algo navegara dentro de mi cuerpo, lado derecho y lado izquierdo, un pequeño troll que anda sobre una piedra o a Sísifo lo castigaron adentro de mi cuerpo. Si es verdad la teoría del timoma, quizás en algún otro tiempo los llamaron asmáticos y un buen día los mató la tos. Si es verdad en mi caso, entonces sigue una operación indeterminada para mejorar la situación de los días y luego vendrá la recuperación y afortunadamente podré preguntarme si puedo correr, escribir novelas, jugar videojuegos, esperar una vida más o menos normal hasta cerrar en mejores términos (qué ambiguo, como si importara). Mi amigo I, el médico confiable, no ha mentido, me ha dicho que puede ser otra cosa: tuberías hinchadas, una extraña tuberculosis, cáncer. Necesitamos más información.

Mi cabeza hace el trabajo, cómo no. Hay pasos y hay acciones, hay fechas y hay posibilidades. Paso a paso, ánimo, palabras bondadosas y no exageres. Resuelve un problema, primero camínale tantito y luego vemos. No te adelantes. Sí, bien, tres mil ducados y una onza de carne, hay una que otra esperanza pero la esperanza es igual de generosa que los sustos, la incertidumbre. Cómo vas a controlar lo que no puedes ver cuando el Hagakure te queda lejos. Flotar en un mar oscuro y ambiguo, las posibilidades están hinchadas y se antojan infinitas, puede haber peces o monstruos debajo de las luces, sumergidos en las profundidades.

Un poco de esto es mi culpa, lo sé, no precisamente el dolor pero el tren del pensamiento; el cuerpo no sólo es la cabeza, pero la genética y su neurosis; los últimos dos años he pensado en la muerte por toda la gente que ha desaparecido de mi vida. Hagakure, pero le das un golpe al cigarrillo de periódico de doña Borola. Puf, ellos se desvanecieron, y al final estoy yo tratando de deshilachar qué significa para mí la ausencia, el asesinato, el suicidio. Qué significan las fosas hinchadas de cuerpos y por qué todavía estamos viviendo esto. Pienso en los jóvenes homenajes, en Sergio Loo, por ejemplo. Me pregunto.

Al menos voy a escribir de los días, pienso. Lo necesito o pierdo. Otra vez, sí. Qué común. Ya veremos cómo salir de aquí, cómo seguir amando a la esposa y al perro, a los amigos, a los juegos y los libros. No es la promesa de una vida mejor, no es arrodillarse frente a dios simulación para que cambie las etiquetas, pero el permiso de un destino común y sin aspavientos, sin aspiraciones extraordinarias; escribir una novelita breve al año, algunos cuentos, tener lo suficiente para comprarme otro juego que quién sabe si voy a jugar y salud para correr dos o tres kilómetros diarios o pasear con el perro orejón. Desde hace tiempo es lo único que pido y parece que siempre he estado equivocado: la vida común es esto, también, navegar en las aguas oscuras y no saber qué está pasando.