No voy a morir. Ignoro cuánto tiempo me queda, ignoro cuánto costará al tiempo de vida esta enfermedad que tengo, pero no voy a morir. Aquí sentado, mientras consigo fuerzas para superar la fatiga, para sobrepasar el dolor constante del tumor entre el corazón y los pulmones, mientras le recuerdo a mi cabeza que la primera defensa en contra de la enfermedad es la mente; seguiré riendo y me seguiré burlando de la vida y de la muerte, y seguiré escupiendo sobre la cara de este espíritu negro, y de este espíritu blanco, y de los ingenuos y los imbéciles y los infantes, y recordaré mis paseos felices bajo la sombra de las jacarandas y reviviré, testarudo, como la dalia necia de mi jardín que crecía una y otra y otra vez hasta que un día expiró y no resurgió más de entre la tierra y las cenizas, un día cualquiera, un día sin planes, pero no el día que pensaba aquel jardinero sin ambiciones o aquel mirón por accidente que vive musitando pronósticos, y profecías, y fórmulas necias.

Recitaré el único pasaje de Job que he memorizado, y después recitaré a Larkin y Yeates y los únicos dos versos que me sé de Velarde y de Owen. Releeré a Ende, Borges, Onetti y sólo algunos párrafos de Proust. Quizás lea Rayuela de nuevo. Quizás termine aquel libro de Deleuze o mejor abra algún libro de Escoge tu propia aventura. Dormiré con el Bushido en la almohada. Planearé mis comidas, salivando como un cerdo risueño y soñaré con los postres para detonar las memorias de mi infancia y el sueño futuro de un libro que no conseguiré escribir. Seguiré alabando las redondas nalgas de mi esposa, sus piernas larguísimas y blancas, sus besos espontáneos y sus senos medianos, perfectos, y sus ocasionales sonrisas lascivas, y pensaré en las noches hambrientas que nos faltan. También pensaré en esas otras noches, alimentadas por la ficción de los juguetes crueles, las palabras de consuelo, los comentarios tontos e insensibles, las fotografías de los extraños, los amores necesarios de otros días.

Caminaré junto a mi perro de orejas grandes mientras mastico una pastilla más de naproxeno y querré olvidar por una hora que estoy enfermo, que soy un cuerpo doblegado por los tumores y sus remedios, y pensaré en todos los videojuegos de mi biblioteca, en mi biblioteca de libros, el catálogo de cuerpos que han sido míos y en el bestiario de monstruos que siempre me imaginé escribiendo durante largas noches cuando he superado las responsabilidades, los límites y las distracciones. Haré una recolección de mis lecturas bajo las sábanas, las inocentes y las perversas, las carcajadas y los sudores de un chamaco torpe para recordar que el tiempo no es una línea, pero un círculo perpetuo de vejez e infancia, de fluidos y de flujos, de caprichos y deseos genuinos, de aprendizajes y olvidos.

He matado nazis, marcianos, hongos con patas, dragones traidores, sicarios, contadores y no-muertos de distintas categorías. He usado espadas, pistolas y palabras para quebrar, deshacer y aniquilar monstruos de miles de ojos y extremidades y cabezas geométricas y cuchillos grandes. He sobrevivido a la oscuridad y a la demasiada luz. He salvado incontables vidas, no sólo en universos ajenos, pero los propios, gracias a un aburrimiento piadoso, y al tedio, y a compartir palabras con los extraños que también esperan sus propias noticias. He salvado la vida de mis amigos, de mis hermanos y de mis amantes y de aquí a la perpetuidad de mi vida, un eco en la simulación, serán parte de mis oraciones, una canción perpetua que alabará nuestro tiempo, nuestras memorias degeneradas por la adultez o la lejanía. Pensaré en tu música, pensaré en tus deseos de huir, pensaré en tu hipomanía y tus hijos y tus nietos. Pensaré en ti, en tus manos gentiles, en tu vestido negro o floreado, en tus preguntas sobre México y las reglas rotas por el regalo de unos minutos en el encierro.

No voy a morir, seguiré bromeando sobre los enfermos y sobre mí mismo, aquí sentado mientras consigo fuerzas para poner un pie adelante del otro, seguiré escupiendo bromas crueles mientras espero las tres horas de salvación en esta habitación y en la siguiente, mientras coqueteo con la idea de una realidad simulada y que tan sólo pasaré a la siguiente vida, mientras sopeso los efectos de esta proyección que inició al otro lado del universo y como el holograma cuántico no es holograma, pero el cuerpo sí es cuerpo y la realidad es inescapable. No voy a morir, y mucho menos lo haré mientras los otros sugieren que hable con mi verdadera fe, un listado amplio de divinos terrenos: Dios, el Diablo, Vishnu, Odín, el Cosmos y se sumergen en sus propios miedos, se atragantan en sus palabras, en sus pildoritas de échale-ganas y está-prohibido-pensar-cosas-terribles, e inventan al dios eterno, la entidad cósmica, el amo del tiempo y proponen los rasgos amables y ordinarios de cualquier padre televisivo. No voy a morir frente a ningún dios. No voy a ponerme de rodillas frente a ningún dios. Voy a carcajearme en su rostro porque si algo de justicia existe, permitirán la verdad: sólo la felicidad y la ira son el verdadero aliento de vida.

Manifiesto de vida: en mi epitafio dirán que se fue como un cuervo, un sibarita, un feliz imbécil, un hedonista de humo que no paraba de reír y de buscar placeres. Ojalá no se diga otra cosa. Ojalá no se diga más.