Una de esas noches, después de la angustia, tuve un sueño: el poder mágico de la mente, el cerebro prodigioso, se separaba de mi cuerpo, de la acumulación de angustia y depresión, de las noches interminables que me la pasé leyendo sobre la enfermedad y sus variantes, y se convirtió en su propio individuo, un estudioso del cuerpo al que pertenecía. El cerebro, como si fuese un maestro, o un médico, un alienígena intelectual, un guía onírico, el perrito al que dormimos piadosamente, el pinche Killer-avatar-de-la-mente me dijo: “no seas mamón, cálmate un poquito. Mira, según lo que has leído, de toda la información que has recabado y la información de infiltrado que tengo sobre tu cuerpo, lo más probable es que tengas linfoma de Hodgkin clásico. No hay pedito. Ya duérmete”.

Confié en esa voz como cualquier otro enfermo confiaría en dios, en el reiki o en el recuerdo de su padre como un buen hombre. Respiré profundo esa noche. Por salud mental abandoné la sabiduría de Google, dejé de prestar atención a los comentarios imprudentes, ignorantes y quizás bienintencionados de los otros y tomé una decisión: cero lecturas apresuradas y menos comentario del director (cerebro o corazón, qué importa) acerca de mi enfermedad; dejemos a los médicos hacer su trabajo. Decidí que si debía de tener un dios, que este fuera la ciencia, pero no la interpretación onírica (Killer y su carita bonita) sino la verdadera. También influyó que me sentía profundamente conmovido por mi visita al museo de Diego Rivera. Cuando leí su historia sobre Rusia y el cáncer, y miré sus bocetos tan padres de los rusquis, me dije: ah, qué-loco-chón, se vale confiar la vida en EL PROGRESO, en la idea de la NUEVA HUMANIDAD, en el estudio de LOS HIJOS DEL ÁTOMO. Me convertí en un fiel creyente de la bomba de cobalto.

El cáncer es un concepto complicado, no es fácil explicarlo. Quienes lo hemos vivido como espectadores cercanos o enfermos, nos resulta difícil siquiera comprenderlo en otro. Muchas veces me resisto a llamarme enfermo de cáncer y prefiero mencionar que es Hodgkin de inicio, porque mis circunstancias hicieron, afortunadamente, que mis porcentajes de supervivencia estén bastante altos (y al final, no se olvide y no me lo permiten, estoy luchando por llegar ahí). Andar en los zapatos de otras personas es estéril, explicar a otros lo que tienes también lo es, pero es una conversación inevitable.

Trataré de explicar lo que he aprendido, probablemente me equivoque numerosas veces, porque mi paciencia se ha agotado en muchos sentidos y dejé de obsesionarme con los datos, de manipularlos a mi modo; quiero hablar de esto porque no me gusta la ignorancia, la desinformación (propia y ajena), y también es preciso que lo escriba para que algún día, algún otro aporte, corrija o se anime a explicarlo mejor que yo.

El cáncer no es una sola enfermedad, no son los mismos síntomas y no afecta igual a todos los cuerpos (genio, igual que el general de la vida, pero qué te puedo decir). El cáncer es un conjunto de enfermedades que comparten un accidente común: una instrucción biológica para producir y replicar células defectuosas y estas células se atoran en algún órgano, se convierten en tumores, interrumpen el buen funcionamiento del organismo hasta que lo aniquilan. No es un virus, no es una bacteria, la propia humanidad está en la carrera por vacunarse a sí misma, el cáncer es el odio y el amor que tiene la humanidad sobre su propio cuerpo.

Es cierto que muchas veces el cáncer surge por factores ambientales, químicos o imprudentes como fumarse una cajetilla al día, pero el primer comando está en los genes, en la memoria de los nuestros. Mi vida como fumador, según me han dicho los médicos, no afectó como los genes vikingos que tengo (después de todo, no tengo cáncer de pulmón. Es otra cosa). Primero, pues, podría echarle la culpa a Thor y Caedmon que a mis fabulosas noches de romance y nostalgia al humo de la ventana o el cigarrito de esperar a las muchachas con la pierna levantada como el gandul de ocasión. Luchar contra el cáncer es una de las horribles ironías del narcisismo colectivo, pero también es una oportunidad de piedad, bondad y finalmente encontrar un propósito para algunos individuos. Quizá te vuelva médico, quizá toques el violín para los enfermos, quizá te hará tomar la decisión impía de abandonar el mundo y no molestar a otros.

La primera ventaja del linfoma de Hodgkin es que el 95% de las veces crece igual en todos los cuerpos. Es algo relativamente bien estudiado. Si tomas tus medicamentos y eres responsable con tu tratamiento, saldrás bien librado (es importante seguir las fechas y las indicaciones, demasiado importante, y lo peor: ni eso es garantía). El linfoma de Hodgkin, igual que otros tipos de cáncer, depende de qué tan avanzado se encuentra. Yo soy estado II tipo B. Presenté los síntomas más escandalosos (sudores nocturnos, fiebres) durante los últimos estudios para confirmar el tipo, unos días antes de mi primera quimioterapia. De acuerdo a mi edad y mi estado, tengo un 75% de pronósticos de salir bien librado de esta. En el 75% de los pronósticos, moriré como un viejillo feliz, esperando a que me destruyan mis enemigos, los decepticons o los hombre lagarto disfrazados de gente. El otro 25% es la repetición y otros accidentes: se repite, da más duro, una muerte tempranita. No hay bien y mal cuando se trata de cáncer, no hay procedimientos. Sólo te dan porcentajes y probabilidades de acuerdo al tratamiento y sus avances. Y chíngale, amigo, chín-ga-le.

¿Crece igual en todos los cuerpos? Sólo el 95% de las veces. No es lo mismo un linfoma, que un linfoma de Hodgkin de células mixtas, que un linfoma de Hodgkin clásico, que uno NLPHL. Puede ser angustiante pensar en las variantes y cómo se dividen. Pero en lo más básico, imagina que el cuerpo es una ciudad de carne, los nódulos linfáticos son edificios de policía y de bomberos: el cuerpo cuando es joven tiene bien conectados estos nódulos, millones de nódulos, en la carretera biológica. En el caso de un linfoma clásico, un día crece una célula defectuosa y se distribuye, con la diligencia de un perreo suave, a cualquiera de los cientos, quizás miles, de nódulos linfáticos y ponen a las demás células a perrear la misma de Maluma baby.

Los linfocitos tienen la tarea de protegerte de las infecciones y las enfermedades, son las primeras encargadas de salvarte tanto de la gripe aviar y el resfriado común. Un linfoma, a secas, en lo más básico, afecta todas estas zonas responsables de salvarte la vida y por ello los síntomas de linfoma y timoma son muy similares: un estrés del cuerpo por curar infecciones que no existen. Más adelante hay inflamación en los nódulos de la ingle, el cuello, las axilas por esta reunión de células. El cuerpo está contratando policías y bomberos, no tienen trabajo pero el cuerpo sigue contratando más, y por el tedio se encabronan. Inician los pequeños tumores, hay un alboroto de las fuerzas de seguridad del cuerpo, la acumulación de ociosos afuera de las oficinas gubernamentales. Así la ciudad de carne se expande y crece por una instrucción biológica errónea mientras que aniquila a los ciudadanos. Y estas células tienen acceso a todo, sí, a todo. No es como que te puedan quitar un pulmón, un pedazo de intestino, un cachito de hígado. En todos lados puede permanecer un policía corrupto esperando a joder de nuevo.

El linfoma de Hodgkin clásico crece como un racimo de uvas en el centro del cuerpo, empieza en el mediastino (entre corazón y pulmones) y camina para cuello, axilas, ingle, bazo e hígado. Mis tumores, por ejemplo, dos del tamaño de un hueso de mamey y de aguacate, estaban presionando la laringe y están abrazados al corazón. En tiempos de tu padre, a veces debían operar y retirar el bazo u operar el hígado si el paciente quería sobrevivir. Al ser células que afectan los linfocitos, también pueden instalarse en la médula y en el hueso y es vital hacer biopsias para confirmar que no se está quedando, y que va a empezar de nuevo.

Las células cancerígenas son conocidas como Reed-Sternberg y tienen cara: si las ves en el microscopio tienen los ojos de un perro confundido. Son el emoji de un baboso. ¿Cómo funcionan? Rodean los nódulos linfáticos, hacen una muralla afuera de los mismos y empieza la sobre contratación de personal para la ciudad de carne. Mientras tanto los chacales de ocasión del Reed-Sternberg se distribuyen, vagan por las calles, los callejones, los parques. Si algo de bueno tienen, es que lo hacen con cierta flojera, hasta parecen protestantes ociosos, distraídos. Otros tipos de linfoma, como decía mi esposa, son leones dormidos. Ni los toques porque pinches hooligans, incendian el cuerpo. En Inglaterra algunos tipos de Hodgkin ni siquiera son tratados, mejor son vigilados, porque consideran eso más beneficioso para el paciente que la toxicidad del tratamiento. Las RS no tienen prisa alguna por matar al anfitrión, se diría, incluso, que no tienen despropósito alguno, nomás la cagaron y ya no pueden irse, son los turistas absurdos y se vuelven residentes, sabe por qué, ni ellos lo entienden, y no pueden detenerse ya, toda esa confusión burbujeante no tiene más remedio que duplicarse, distribuirse, extenderse. Quién puede culparlos y quién puede culparse.

La siguiente experiencia inolvidable, y que ha cambiado definitivamente mi noción del dolor, fue la biopsia de médula y de hueso. Algunos sabrán de lo que hablo. Lucía, mi neuróloga, se ha ganado el cielo cien veces porque ella ha donado médula tres veces, sin lamentarse, sin chillar. Ojalá fuera igual de valiente qué ella. Lo desconcertante no es la cantidad del dolor, pero dónde y cómo lo sientes: una especie de tirón que empieza en algún lado del alma. Y el procedimiento no es sencillo: porque no sólo es meter la aguja para aspirar la médula, lo cuál es precisamente como se oye, pero también deben quebrar y tallar un pequeño fragmento de hueso de un lugar donde normalmente no lo aprecias. Es como rechinar dientes que no sabías que tenías en el cuerpo y de manera incontrolable. Uno debe quedarse muy quieto mientras esto pasa o la amenaza es repetir. De ti depende que dios no te escuche, no lo quieres despertar mientras más vulnerable eres. No puedes evitarlo, además, no si quieres vivir o si quieres salvar la vida de alguien. Algunos días, mientras estoy distraído, recuerdo precisamente este dolor y tengo que respirar profundo para descansar, hacerme a la idea de que ya pasó, hace meses que pasó.

La biopsia salió negativa. Eso mejoró mis oportunidades y me dio chance de tener un tratamiento menos tóxico. Según. No quiero saber, a estas alturas, lo que es mejor o peor sino hacer de buen muchacho y continuar hasta que esto termine. Los químicos han sido “bondadosos” conmigo. Es decir, justo después de la primera quimioterapia, uno de los primeros nódulos prácticamente “desapareció” y finalmente pude dormir de lado, aún cuando todavía, de vez en cuando, siento la molestia de los tumores más grandes.

Los químicos tienen nombres complicados y absurdos, me parece ridículo decirles cuáles son (y los pueden encontrar con un poco de gugleo). Puedo contarles, sin embargo, que a uno de ellos le llaman “la muerte roja” por los efectos que tiene en el corazón (el cual, aparentemente, está muy sano). Otro más puede echarse la médula y derivar en leucemia. No es broma cuando dicen que el tratamiento es veneno. La única manera que hemos descubierto de vencer a una humanidad exacerbada es matarla en dosis más o menos controladas. Tirar bombas y que caiga todo parejo. Efectos secundarios más inmediatos y los de rigor: dolor en los brazos (por las venas quemadas), caída del cabello, náusea. El dolor en los brazos, dedos y manos apenas me permite escribir y termino tan cansado y sudoroso por todos los misteriosos proceso de mi cuerpo, que debo dormir hasta 16, 18 horas al día. También he descubierto que los químicos afectan mi capacidad cerebral los primeros días: intercambio conceptos por otros, pienso más lento de lo que actúo, verbalizo mal.

Pero también creo que esto es preferible a morirse y la mayoría de estos efectos secundarios, los pronósticos son favorables, se irán tan pronto esto termine.

Gradualmente, ya después de tres ciclos de quimioterapia (la mitad, espero) me he sentido menos fatigado, ayer me descubrí cargando un costal de quince kilos de alimento sin pena alguna. Pero es todo lo que puedo decir en mi experiencia personal. El tratamiento es largo y complicado. En mi caso, son al menos seis ciclos de quimioterapia que se traduce en seis o siete meses, quizás un poco más, y un total de doce inyecciones. Durante el proceso debe haber más tomografías, quizás pet scans y exámenes para determinar cómo va la situación. La batalla mental es dura. Usualmente me despierto harto de la situación y me descubro rezando, rumiando, “ojalá me hubiera tocado una gripa”. Así es el ser humano. Incluso en la situación más conveniente, incluso en la fortuna de lo más difícil, por qué no, hay que rezar y pedir algo de piedad. Esto es el linfoma de Hodgkin, la chinga que me tocó, esta es la ciudad de carne, este es mi cuerpo. Hablaremos, otro día, no de lo que es, pero de lo que hago para pasarla bien y aliviar la dureza de estos días.